miércoles, 19 de agosto de 2009

Tomates en mi balcón




Cada verano tiene su proyecto. Esta estación, en los meses de invierno, se añora y siempre en relación con el que ha de venir vamos depositando cada cual las esperanzas de descanso, diversión y vida. Es el sueño de niños, jóvenes y menos jóvenes. Suele ser época de liberación y dentro de lo posible, damos rienda suelta a nuestros deseos, procurando desatarnos de aquello que ha marcado el invierno en cuanto a la obediencia al sistema. Nos acercamos, aunque sea un tanto, a dejar de ser la maquinaria productiva que habitualmente somos. Nacemos, desgraciadamente, no para vivir sino para producir y consumir.

Nunca he practicado deportes de invierno. Supongo que los amantes de esos juegos tendrán la misma relación hacia esa estación que la mayoría de las personas lo tiene hacia el verano, o quizás no, tal vez sea posible que aquél que es capaz de divertirse con el frío tenga la suficiente versatilidad para gozar igualmente del verano. Es lo más probable.


Queda claro que en esta apreciación la circunscribo al común de los mortales, hay excepciones por supuesto, aunque a ellas no me estoy refiriendo.


Hace dos veranos, con ocasión de una plaga de topillos, decidimos prescindir del pequeño jardincillo de nuestra vivienda. Marga tenía la ilusión de convertir ese espacio en un jardín zen y claro está, me convenció. Trabajamos como mulos, Marga el niño y yo. La gracia de esta decisión consistía en que la hiciéramos nosotros mismos, con nuestras manos. Ese verano lo inaguramos y en el, sólo queda, enmarcado en un pequeño triángulo de madera, una reducida franja de césped con el único objeto de dar un tono de color entre la madera de la plataforma y la gravilla blanca rastrillada. En el centro, cuatro grandes cantos rodados de color negro a modo de islas, una pequeña fuente y una estatuilla de un buda joven sedente que durante la noche adquiere una tonalidad verde merced a la iluminación.

No echo de menos el anterior jardín. Creo que el espacio ha mejorado y lo más importante, nos sentimos a gusto en él. El verano es breve en esta tierra y lo menos que te puedes pedir es que cada vez que bajes al jardín estar a gusto.

Cuando queremos sentir el verde y la vegetación perdemos la vista por la zona común repleta de césped. Nos hemos librado de los topillos. Suficiente.

No puedo atribuir a una nueva afición la falta de hierba de mi jardín. A finales de la primavera compré unas cuantas matas de tomate y procedí a plantarlas en unos tiestos que a su vez coloqué en el balcón. Ahora no tengo jardín en el sentido tradicional pero tengo un balcón que a falta de geranios, está repleto de tomates. He pensado, incluso, que para el próximo verano habré de ampliar mi “huerta".

Como es comprensible, mi intención no es la de buscar la autosuficiencia en nuestro consumo de tomate. ¿Por qué lo he hecho? Pues no lo sé, supongo que estaba harto de oír y sentir que los productos de la huerta y la fruta que se compraba carecían del “viejo” sabor, por eso me animé a ello.

Desde entonces, los consejos sobre cómo abonar, podar y tratar la “plantación” me llueven de parte de amigos y familiares. En fin, no se trata de eso, lo verdaderamente importante ha sido algo más simple; El goce de verlos crecer y pasar por las distintas etapas en su maduración es lo que en realidad me gratifica.
Aunque no sean perfectos, este año hemos podido comer unos tomates que, siendo menos vistosos que los del hipermercado, tienen lo que les falta a los industriales, el alma interior, la razón de su existencia, o sea su sabor. Creo que los filósofos antiguos tenían razón, muchas veces el aspecto exterior en nada coincide con lo que se guarda en el interior.

Aplíquese por lo tanto a otras cosas de la vida en la que el color siempre, que sea el nuestro, nos anula y ciega, mientras lo que verdaderamente importa, su razón de ser, queda casi siempre eclipsada por la apariencia.

1 comentario:

  1. Se empieza por tomates... y se termina ampliando a lo propio de cada temporada ¿serán unas fresas?.

    Hace mucho tiempo que aprendí a valorar el interior sin fijarme en apariencias supérfluas y vanales. Será la edad que no deja que pierdas el tiempo...

    Un saludo.
    Helena.

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