miércoles, 5 de agosto de 2009

El cambio de nombre en las calles


Escribo poco sobre mi ciudad, algún que otro artículo y poco más. En una ciudad como la mía, Salamanca, pocas cosas ocurren que puedan dar pie a un artículo, aunque los periodistas de los diversos medios que en ella hay, tengan la obligación de que las pocas cosas que ocurren deben magnificarlas y darle la máxima amplitud.

Es habitual encontrar en los medios escritos dos o tres páginas de fotos con ocasión de comidas, reuniones de amigos, compañeros de trabajo u otros acontecimientos familiares como bodas, cumpleaños y comuniones.


Hoy me enterado que por fin se ha abierto la lonja de la patata y que esta ha marcado el precio mínimo de salida. Noticia en primera página. Así como suena.

En otras ocasiones hemos tenido el lugar de honor de la primera página de algún que otro periódico de tirada nacional. Casi siempre ha coincidido con alguna “genialidad” de nuestra alcalde (PP), por una asonada nostálgica del mismo personaje; “el expolio de los papeles del archivo” o porque un colegio cercano al OPUS ha decidido separar por sexo a los niños de un determinado curso.

Poco más si exceptuamos el eterno debate entre el gobierno y la oposición en el ayuntamiento. Sobre esto prometo que alguna vez escribiré algo, cuando me sacuda el hastío que me produce cada vez que veo esa lucha entre la prepotencia y descaro de nuestros gobernantes y la impotencia, ya escandalosa, de la oposición.

Pero tengo que rebobinar, este artículo no va de política, va de administración, de pura y simple administración. De decisiones que poco pueden tener que ver con la ideología o programa político de quienes la proponen sino que pertenecen al ámbito exclusivo del grado de estupidez de algunos políticos.

Durante la transición y algún tiempo después, en muchos de los ayuntamientos gobernados por la izquierda, se produjeron numerosos cambios en los nombres de las calles. Tenían que ver con personalidades o colectivos que formaron parte fundamental de la dictadura. De este modo, en muchos pueblos y ciudades desaparecieron los nombres de calles dedicadas a Franco, Mola, Yagüe, Falange etc. y aparecieron por el contrario, otros que trataban de reconocer a personas e instituciones portadoras de valores democráticos o simplemente, recuperar nombres tradicionales del período anterior a la guerra civil.

A partir de entonces no es habitual, o al menos a mi me lo parece, el cambio sin más del nombre de una calle.

Al señor del bigote, nuestro alcalde, vaya mi respeto por delante a todos aquellos que tienen bigote, se le ha ocurrido sin más el cambio de nombre de algunas calles algunas de ellas, de solida tradición. No he tenido la oportunidad de leer la explicación del porqué, aunque supongo que será alguna idea peregrina de las que son habituales en él; Unir el nombre de un nuevo centro comercial próximo de próxima inaguración a una adscripción religiosa o algo por de ese estilo. Así ocurrió cuando cambió el nombre de la calle Gibraltar por la de El Expolio con ocasión del dichoso traslado de los papeles de la Generalitat de Cataluña a esa comunidad autónoma.

Sin embargo, este cambio no obedece a ninguna cuestión política. Los nombres propuestos nada tienen que ver con la política. Quiero adelantar que tampoco me encuentro entre los afectados.

El cambio de nombre de una calle supone múltiples inconvenientes para industriales, comerciantes y ciudadanos en general. Recuerdo cuando modificaron el nombre de una calle, hace dos años, de mi pueblo. Puedo certificar que he hecho todo lo posible y que no se me puede acusar de dejación en comunicar a cuantos centros oficiales e instituciones el cambio de denominación de mi casa y que yo no vote, pero que aún sigo pagando en forma de cartas devueltas en cuantos sitios, algunos sin yo saberlo, tenía nombre y dirección. Nada hablo del caso concreto de mi mujer e hijo. No sabía que tuvieran mi dirección en tantos sitios.

Los inconvenientes, creerme, son inmensos. Solo me queda compadecer a todos esos ciudadanos que van a padecer lo mismo que yo sufrí. Hasta esos niveles llega algunas de las decisiones que toman nuestros responsables.

Decía que compadezco a todos esos ciudadanos y eso no es verdad. A los que a pesar de todo, siguen votando a ese partido y por lo tanto al ciudadano alcalde, sobre y a costa de esos, tengo difícil el evitar sentir una especie de placercillo especial al pensar en las dificultades que les están por llegar. A veces uno no puede evitar ser algo malo.

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