lunes, 16 de agosto de 2010

Del porqué IU no rentabiliza el enfado con los socialistas (II)




El pasado viernes se publicó la primera parte de este largo artículo. Los que por primera vez accedan a él pueden leer la primera parte si tienen interés. Es el artículo que le precede.


Hay otra cuestión en la que me gustaría insistir para apreciar algunas de las diferencias. Es el particular caso que se da entre las dos grandes formaciones que se reclaman de izquierda; El origen de los proyectos o los programas y del “qué hacer” que son radicalmente distintos.

El PSOE gobierna entre el estrecho margen que le deja las presiones de los mercados, los poderes económicos y los estudios demoscópicos. Es la democracia instantánea. Los programas y los proyectos se hilvanan a partir de la detección de las necesidades expresadas en encuestas y estudios de opinión y, también, de las aspiraciones de otros sectores de la población que acaban siendo, debido a su alto poder de organización, auténticos nichos de votantes. De ahí parten las iniciativas. El electorado ya no es aquella clase con unas determinadas necesidades sociales y económicas. El electorado propio resulta ser el todo. Lo importante es ganar, llegar, y para ello, hay que tocar muchos palos. La economía, hasta la crisis, fue apartada de la política, ya no era el factor determinante, lo eran en cambio las bolsas de votantes organizados o semiorganizados que llamaban la atención sobre sus problemas concretos. De la reducción de las desigualdades económicas a la corrección de las desigualdades sociales. La atención a este electorado, desatendido por otros partidos por el carácter rompedor de lo establecido de gran parte de sus demandas tenían la virtud de garantizar la mayoría frente a una derecha insensible al cambio social. Lo importante es conseguir el poder aunque para ello hubiese que disfrazarse de lo que fuera.

Existía, existe, el voto cautivo y el voto emocional. Se parte del voto histórico como base central del éxito del proyecto al que hay que sumar esas bolsas sectoriales, desclasadas, que corresponde a las minorías y colectivos para que posibiliten ese plus que puede dar el triunfo. La política se hace más dinámica, de la noche a la mañana surgen nuevos proyectos diseñado en los laboratorios de interpretación de la “voluntad popular” que a su vez, son inducidos por los media y por un uso inteligente del marketing. Son enunciados por asesores y anunciados, casi siempre, por el máximo dirigente. El programa es dinámico y secreto y lo es, porque la sorpresa es un valor y también, porque lo que hoy puede ser válido, tiene posibilidades de que mañana las encuestas o el mercado digan lo contrario. De ahí, los cambios súbitos, que despistan y paraliza a los que tienen que dar explicaciones o les obliga a hacer piruetas en falso (el partido).

Las famosas contradicciones, el desconocimiento por parte del partido e incluso, por otros miembros del gobierno de medidas que en buena lógica les correspondería aprobar. El partido y los otros dirigentes se enfrentan a lo desconocido, es la fe en el líder lo que les mueve y es el líder, sabedor del valor que tiene para el colectivo el único depositario de la voluntad colectiva.

En Izquierda Unida, heredera de una cultura y un modo de hacer distinto, el proceso resulta ser el contrario. Aquí es la rigidez en los programas y la fidelidad a unos principios la que marcan la tónica. Principios establecidos en el “cómo queremos” (el partido) y no en el “como quieren” (la ciudadanía). Principios heredados, la mayoría de las veces, de análisis que se amparan en realidades sociales que no se corresponden ya de modo estricto con el presente. El partido, la coalición en este caso, refleja fielmente lo que sus integrantes desean para la sociedad y ese deseo es expuesto como tal al electorado. La coalición sigue aplicando el gramsciano concepto de vanguardia e intelectual colectivo y lo aplica en sus relaciones con la clase que dice defender. Ahí, en ese intelectual colectivo y desde un rigor de izquierda es donde se deposita el saber y la única política posible. De esa mecánica surgen los programas, los mismos que, elección tras elección, se revelan como proyectos rebosantes de pureza y rigor izquierdista pero que tienen en cambio, el defecto de no despertar el entusiasmo mayoritario en los sectores populares y en la clase trabajadora que mayoritariamente sigue respaldando al otro partido de izquierda o simplemente, se quedan en casa.

La única vía posible es convencer al pueblo de izquierda de que ellos están en la “razón” pero aquí chocamos con la credibilidad de las personas que proponen, con un sistema electoral a todas luces injusto y con la falta de acceso a los “mayoristas” de la comunicación. Demasiados obstáculos para ser vencidos a corto plazo. La solución podría venir de la mano de propuestas que estén en mayor consonancia con lo que en el CIS se identifica como izquierda entre los valores 3 y 6 (pág. 18 Barometro CIS) pero al parecer eso no forma parte de la hoja de ruta de la coalición de izquierda que esta sometida, no lo olvidemos, en lo ideológico a fuertes contradicciones internas. El “programa, programa, programa” de Anguita expresaba como pocos ese rigor. Esa reiterada llamada era la vacuna propuesta para combatir los efectos disgregadores de la fidelidad ideológica de los grupos que conforma la coalición. Si la unidad interna es algo imposible en lo ideológico, si lo podrá ser, en cambio, en relación a las propuestas.

No creo posible un cambio de la política que viene aplicando el PSOE. Sin duda, de cara a las próximas elecciones se tratará de sondear lo que quieren los votantes desertores y habrá alguna que otra oferta-señuelo. No creo que pueda darse un cambio interno en mayor profundidad, porque esas masas obreras y los “mayores” ni están representadas en el partido, ni lo están en un gobierno en el que se da cabida a una ministra de treinta y dos años que ha calificado, sin más, a los mayores de cincuenta años como gerontocracia y no lo creo, porque Zapatero tiene un proyecto a largo plazo que consiste en cambiar las bases ideológicas, estructurales y generacionales de un partido centenario. Es una limpieza ideológica y generacional en toda regla en la que esta embarcado el núcleo dirigente del PSOE en medio de la pasividad generalizada de todo el partido. El PSOE hoy es el partido de otros, pero no es el partido de lo que antes considerábamos las clases obreras y populares.

En cuanto a IU son necesarios muchos cambios internos de carácter organizativo e ideológico para que pueda adelantar posiciones en los sectores de votantes socialistas desencantados. Los intentos habidos no parece que hayan dado sus frutos. Aunque sea aún pronto para decirlo, son necesarios otros muchos gestos. No es cuestión tan solo de trabajo, son otras cosas y hay ya mucha gente en el seno de la coalición que están al tanto de ello, son estos, los que deben llevar ese convencimiento propio al conjunto de la coalición.

La batalla para la izquierda es, como casi siempre, una batalla previa interna. Se trata de resolver los problemas, contradicciones y desorientación en la que estamos instalados, mientras eso no ocurra será imposible convertir ese cincuenta por ciento de españoles que se consideran asimismo de izquierda en una mayoría electoral.

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