domingo, 18 de noviembre de 2012

Hacer política en estos tiempos.



Rajoy, que ha afrontado dos huelgas generales en un año, preguntado esta semana en el diario argentino La Nación si le preocupa “tener cada vez más violencia en las calles”, contestaba: “No es la mejor de las situaciones, y me preocupa, ¿cómo no me va a preocupar?”. Por eso, fuentes del Gobierno admiten la necesidad de cambiar el ritmo para estudiar medidas paliativas, como la de los desahucios, para hacer frente a esa exclusión social. La dificultad, admiten, es la falta de recursos públicos, especialmente en comunidades y ayuntamientos… En el PSOE la preocupación es mayor y en breve pondrá en marcha la campaña denominada #rescatealaspersonas, que busca convertir a sus militantes y sus sedes en agentes de acción social. Es decir, que funcionen como las antiguas Casas del Pueblo, fomentando el voluntariado en los afiliados, para que en su tiempo libre colaboren con los desfavorecidos. La dirección del PSOE explica que las circunstancias obligan a dejar de lado la política estricta para afrontar la explosión social”
 
Tomo prestado este discurso de Fernando Garea en El País de hoy domingo para señalar lo que a mi parecer son los fundamentos sobre las que basculará la acción (práctica) política en los próximos tiempos.
 
De un lado, la conflictividad social, cruda, que busca la colisión en las calles con las fuerzas del estado, como despertador de conciencias. Todos estamos contra la violencia, incluso hay un grupo por Facebook de gente de izquierda que publican habitualmente sueltos sobre este asunto. Pero ha sido la violencia, ejercida sobre uno mismo como son los lamentables casos de suicidios o es la violencia en las calles de los grupos antisistemas los que lejos de “destruir el auténtico espíritu de una protesta pacífica” ha puesto esta protesta en un primer plano internacional, lo que lleva a preguntarse a los poderosos, a los que mandan, a los que juegan al ajedrez con el destino de los pueblos, si no sería hora de aflojar un tanto la presión.
 
Por eso, ante la hipocresía de muchos y el pavor de otros que temen que ese viento surgido en las calles acabe también con ellos, deberíamos de convenir que posiblemente no sean los tambores y los zancos en las manifestaciones los que ayuden a resolver el gran problema que tenemos. La violencia en los tiempos que corren viene a ser ejercida de muchas otras formas y no siempre coincide en la pedrada contra un escaparate. Violencia es también expulsar a las gentes de sus casas, seis millones de parados, amenazas diarias contra el empleado, cobrar a indigentes por sus medicinas etc.
 
Convivimos con esta violencia de guante blanco y buenas palabras de modo continuo y algunos la justifican diciendo que es el parlamento el que lo ha decidido, como si eso fuese ya el nihil obstat bajo cuyo paraguas las peores aberraciones se visten de legitimidad.
 
Lo segundo, lo del #rescatepersonas. Hace poco les comentaba a dos amigos del Facebook, Javier Valenzuela periodista despedido recientemente de El País y a una amiga, miembro de la ejecutiva del PSOE de Gijón, este asunto. Con el primero hablaba del mérito de los partidos islamistas en los países musulmanes que no es el que mucha gente cree, el basado en la intransigencia religiosa. No es eso, la fuerza de estos partidos surge de la red social creada en sus países; dan subsidios de subsistencia, escolarizan, ofrecen sanidad etc. Les provee de Estado, algo que no suelen hacer sus propios estados. De ahí surge su fuerza arrolladora.
 

A Blanca Esther (la amiga de Gijón) le comentaba la oportunidad de una buena iniciativa de las Juventudes Socialistas de Gijón que había articulado un sistema de prestación de libros escolares para proporcionárselos a las familias necesitadas. Recuperar las Casas del Pueblo y las sedes de los partidos de izquierda para ayudar a sostener nuestro entramado social es una imperiosa necesidad. Recobrar esa labor es esencial para el futuro político de la izquierda aparte de ser una obligación moral.
 
Otra cosa es si existe el espíritu demandado en sus dirigentes y afiliados, acostumbrados, durante largos período de tiempo, a funcionar de modo muy distinto. Exigiría permeabilidad y colaboración con unos colectivos que desean ser tratados como iguales y no dirigidos, demandaría a su vez remangarse los pantalones y pisar barro. Sinceramente no creo que estén preparados para ello pero eso, es ya otra cuestión.

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