viernes, 4 de febrero de 2011

La carne de cañón



Bulle la Plaza de Tahrir de El Cairo. Tras una semana en la que se ha pasado de las protestas no violentas al pillaje en el Museo del Gran Egipto y a los enfrentamientos de policías y paramilitares cercanos a Mubarak contra los manifestantes, la sensación que a todos nos embarga es que será dificil evitar el baño de sangre.

Mubarak y los mubaristas se resisten a abandonar el poder. Tras las bambalinas, Estados Unidos e Israel cocinan una adecuada transición para que Egipto no caiga en manos del islamismo radical. Hasta ese punto no deseado puede llevarnos la resistencia numantina del faraón.

En cada revuelta - ¿llamaríamos revolución a lo que está pasando en algunos países del norte de África y del Oriente Medio?- y en cada pronunciamiento popular vemos siempre lo mismo. La fuerza de la calle, una fuerza en la que se mezclan jóvenes airados, jefes de escuadras que dinamizan los grupos, padres de familia parados y también, de modo desgraciado tal como ha ocurrido en El Cairo, delincuentes.

En toda revuelta o pronunciamiento popular existe lo que podríamos llamar la carne de cañón. Es la que suele poner la sangre y sus huesos cuando las cosas son difíciles y el conflicto sube enteros.

Entre embajadas, salones y clubs de campo se cocina la letra gruesa y menuda del contrato final; Baradei, Biden, Peres, Suleiman, Enam, Tantawi y el propio Mubarak discuten sobre la parte de la tarta que le corresponde a Mubarak tras 32 años de “servicio” a su país y a Occidente. Los mubaristas se oponen, siempre que un líder se plantea una dimisión los que aman al líder se revuelven e inquietan.

Sin embargo, la carne de cañón sigue ahí abajo, igual que en otras tantas revoluciones y transiciones. Que nos llamen a nosotros, somos expertos en ellas. Hemos vivido la transición del franquismo a la democracia o lo que es lo mismo, de la autarquía y el no contar con las fuerzas del capitalismo foráneo, a ser lo más granado del capitalismo liberal independientemente del gobierno que nos gobierne. Que nos llamen a nosotros, que por convertir, hemos sido capaces de cambiar a todo un partido socialista en algo que haría las delicias de Adam Smith. Que nos llamen a nosotros que hemos trucado estructuras sindicales diseñadas para la toma del poder sindical en meras cajas registradoras. Sí, que nos llamen a nosotros, los maestros de las transiciones.

Lo que queda de la carne de cañón de tantas y tantas revoluciones, revueltas y pronunciamientos en la calle, sigue por ahí, mascullando los sueños rotos o dedicados a una tardía recuperación del yo triturado en aquellos tiempos y por lo que vino después.

En ese tiempo de masculleo y resaca, podrán ver aupados en las tribunas, escaños y despachos a quienes no vieron ni vivieron esos días de calle y fragor. Así son las cosas.

Cuídense, no se interpongan entre esa bala y su inevitable camino hacia la tierra, entre la hoja afilada y el éter, entre la barra de hierro y su movimiento en espiral. No elija el camino hacia el martirio. Los mártires, al menos en Occidente, y mucho me temo que en todos los sitios suele ser igual, se agrupan en primera, segunda, tercera o cuarta categoría. Los mártires son los que legitiman a los que nunca hicieron nada.

Por si la cosa se tuerce y ocurre lo peor, deje por escrito en forma de voluntad expresa el que su nombre no sea utilizado por aquellos que ahora, en estos momentos, están trajinándose el puesto que ocuparan en la futura sociedad. Suerte.

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