viernes, 28 de enero de 2011

La secularización también afecta a los partidos



Que la izquierda está en crisis nadie lo niega. A partir de esta afirmación caben múltiples interpretaciones ¿Está en crisis las ideas de la izquierda o lo están los instrumentos, los gestores, que tienen la izquierda?

Escuché, días atrás, un comentario de un personaje que dirige un programa diario en una cadena de televisión al que le parecía inconcebible que modelos de sociedades solidarias, cooperativas y que atiende al bienestar de la población estuviesen en cuestión. Razón no le falta. Si además, atendemos a la opinión, reiteradamente manifestada por la ciudadanía en encuestas, de que son las políticas de centro izquierda las adecuadas para el progreso, podemos concluir que las ideas de la izquierda o las de centro izquierda mantienen todo su vigor.

Sin embargo, crisis aparte, es clara la pérdida de posiciones que la idea general de la izquierda viene sufriendo en el debate intelectual y en lo que podríamos llamar el consenso de los líderes de opinión. Es muy difícil encontrar en los medios divulgadores o publicistas de la izquierda, lo que encontramos son intelectuales orgánicos defensores de las propuestas que realiza el principal partido de la izquierda más que defensores de las ideas de progreso propiamente dichas. Es evidente que a éstos no se les puede llamar publicistas de la filosofía ya que suelen identificar siempre el todo, la gran idea, lo que está por encima de cualquier partido, con un determinado grupo en particular.

Digamos que ésa es la cuestión. Veo dos principales problemas que se ciernen sobre el progreso de la izquierda.

El primero es la de la falta de credibilidad que los partidos socialistas, socialdemócratas o laboristas tienen ante su propio electorado e incluso, ante su militancia de base. Esta percepción se extiende desde Portugal hasta Suecia. Todos, sin excepción, sufren la desafección de su base electoral, hecho éste que contrasta crudamente con lo que ocurre en los partidos de la derecha.


Si observamos los resultados de las últimas elecciones que han tenido lugar en Europa apreciamos que, aunque la derecha gane, su llegada al poder nada tiene que ver con incrementos significativos del voto. Cierto es, que existe una leve tendencia que viene incrementandose en el voto de estas formaciones imputable, sobre todo, a los nuevos votantes pero en esto ni en sus políticas reside el que ganen. Parte de la base electoral de la izquierda se abstiene, y por eso se pierde.

Creo que esa abstención se produce en torno a dos asuntos que, aunque intimamente ligados, son diferentes. El primero, corresponde lo desacreditados que están los políticos de la izquierda por parte de su electorado. Insisto en el concepto de parte porque, obviamente, no es toda la base electoral de la izquierda la que se abstiene, es tan solo esa parte que, aún considerándose izquierda, no está dispuesta a votar a otra opción progresista y mucho menos votar a la derecha. Esta desacreditación tiene mucho que ver con las políticas que se vienen aplicando, que para nada tienen la vitola de izquierda y también, con la percepción de que esos representantes no dejan de ser un grupo que atiende mas a sus opciones personales o de grupo (partido) que a la del colectivo que dicen defender. Eso no se perdona fácilmente.

Ligado a lo anterior está, siguiendo el mismo hilo argumental, el sentimiento de que no existe defensa de lo colectivo, base sobre la que se cimenta el ser de izquierda. El partido lo es todo, el partido es en realidad el último destinatario de las políticas de izquierda. Se trata de mantener íntegro el hormiguero y alimentar a obreras, reinas y demás que laboran para seguir manteniendo a un partido que, como casi todos, sirve preferentemente a los que han encontrado amparo en él.
Una de las señas de identidad de las sociedades modernas es la creciente secularización en sus individuos. La secularización de la sociedad, caballo de batalla de la izquierda frente a lo sagrado y las religiones, ha acabado por afectar a sus propias instituciones. El partido no tiene en el electorado y en parte de sus bases la misma consideración de cuasi religión que tiene para sus cuadros. No es el todo, porque aprecian que lo colectivo no parece existir y observan como viene siendo, el partido, el lugar de la realización del proyecto personal, individual, de gran parte de sus miembros.

La derecha que no cree en lo colectivo, que entiende a la sociedad como una suma de individuos no pasa por este trance. La defensa de la individualidad y del sálvese quien pueda esta bien atendida por el partido que la representa, y por eso, no sufre deserciones en la misma medida que otros.

La reconquista de la organización es el camino, y esto solo puede llegar a buen término en la medida en que se den dos condiciones: La primera, creer en la democracia, en el bienestar de la sociedad y en la necesidad de un instrumento para actuar en política. Creer que merece la pena de luchar por ello. La segunda, consistiría en perfeccionar los mecanismos de control de la sociedad para hacer de los partidos unos instrumentos sujetos en su discurrir interno al derecho y la ley, democratizarlos en suma. Los partidos no solo deben de tener como evaluador de su función el voto obtenido, sino el real acomodo a las exigencias por las que se establece que algo es o no democrático y el ser sancionado en el caso de incumplimiento de esta premisa. Mientras no se dé ese escenario, no será posible, a mi parecer, la resurrección de la izquierda.

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