lunes, 24 de mayo de 2010

Desde Iberia a Europa (I)



Este país vive como si tuviese puesta encima a modo de rejas una estructura similar a las conocidas paralelas y secantes que explican el Teorema de Tales. Todo lo que queda fuera de esos cruces y ángulos parece carecer de importancia. Desde la periferia, desde la España profunda, la que no forma parte de la avanzadilla o la de la construcción desmesurada, y menos aún la de los grandiosos planes de futuro se contempla como la política española solo parece atender a esos puntos y líneas del mapa.

El estado de las autonomías, diseñado en principio para responder a las aspiraciones identitarias de algunos territorios, acabó implantándose en el conjunto del Estado. Ya en su inicio se produce un tránsito desde la aspiración política de reafirmación de la singularidad a los justos deseos de un mayor bienestar que se creía podía venir de la mano de la asunción creciente de competencias y de la gestión autónoma de los recursos. A partir de ahí no se habla tan solo de banderas y símbolos si no de lo que se escondía tras estas. Tampoco consistía, aunque pudiera pensarse que sí, en habilitar una cancha de juego a los políticos locales. En el fondo, había algo más, era simplemente cuestión de economía. Pelas puras y duras.

El Estado de las autonomías ha servido para acercar la administración al ciudadano y así, de ese modo, se ha podido corregir algo el clientelismo y favoritismo clásico con el que operó durante siglos la política española. Hoy sabemos que los efectos inducidos de la inversión, de la deferencia del Estado hacia oligarquías y territorios a finales del XIX y durante el franquismo, dió por resultado sociedades más prósperas que contrastaban, a su vez, con otros territorios a los que se les condenaba a ser reserva de una mano de obra barata que debería de emigrar, si querían sobrevivir, a otras zonas del Estado y Europa. Las inversiones a las que nos referimos, tenían un factor multiplicador sobre las respectivas sociedades haciéndolas modernas y proporcionando a sus ciudadanos más y mejores oportunidades.

Dicho esto parece que España ha encontrado al fin un destino que responde a las expectativas de todos, pero esa no ha sido la realidad; Las diferencias en la renta per cápita entre los ciudadanos aunque haya experimentado una leve reducción y manifiesten una ligerísima tendencia hacia la convergencia subsisten y en algunos casos, son de la suficiente entidad para que merezcan una atenta mirada.

En 2006 Madrid era la comunidad autónoma con mayor renta; 28.850 euros frente a Extremadura, la que menos tenía, 15.054 euros. Navarra, Cataluña y Euskadi estaban por encima de la media de la UE; 24.500 euros y el resto de comunidades autónoma se encontraban por debajo de esa media. Mientras que España fue acercando en los últimos años su convergencia en renta per cápita con la media europea, los desequilibrios y la disparidad interna de renta en términos absolutos se fue incrementando. Las inversiones se siguen centrando prioritariamente sobre territorios y ejes de desarrollo clásicos. La última reducción del déficit en materia de infraestructuras supone un retroceso, al primar a las zonas consolidadas y de mayor renta. Es lo que se llama inversión útil.

La razón básica, aunque no única, de la permanencia del Estado en un contexto de paz y en una organización como la nuestra es la de servir para la corrección de los desequilibrios que puedan producirse entre los distintos territorios. La creciente descentralización presupuestaria y en el gasto público no resuelve el secular problema de este país; La desigualdad entre territorios, fuente a la vez de agravios comparativos y de movimientos migratorios interiores. En la práctica, sigue habiendo una España de primera y otra de segunda.

La actual crisis solo puede agravar la situación haciendo que las comunidades autónomas dependan en gran parte de lo que puedan hacer por si solas. La cuestión se agrava cuando vemos que las cajas de ahorros que por cierto, han sido fatalmente gestionadas por políticos locales en la mayoría de los casos, estén perdiendo su razón de ser de instrumentos financieros regionales para el desarrollo, estos instrumentos se ven sometidos a fusiones que trascienden el ámbito autonómico y a la voluntad de los gobiernos regionales. La crisis financiera obliga a fusiones, en eso estamos de acuerdo, pero estas han de hacerse respondiendo siempre a los intereses regionales y no como pretenden el Gobierno, el Partido Popular y el Banco de España .
Sin Cajas de Ahorros regionales, vinculadas y dedicadas al desarrollo de su territorio no será posible la solución de las diferencias entre comunidades. Esta España consagrada en la Constitución como Estado Autonómico solo lo es en el papel, si nos referimos a la economía y las infraestructuras, su punto exacto en el mapa es el medio camino entre la federación y la confederación. Si nos encontramos ahí, tal como yo lo creo, juguemos todos con las mismas bazas y pongamos el Estado al servicio no del que mas puje y amenaze si no de los que mas precisan para igualarse a otros territorios.

La crisis económica pone encima de la mesa con toda la crudeza la validez de las estructuras política de los estados y los límites a su soberanía. En el caso español, sin duda uno de los estados mas descentralizados del mundo, se encuentra sometido a fuertes tensiones, desde las tendencias centrífugas en dos territorios; Euskadi y Cataluña a la existencia de una corriente, cada vez mas creciente, del victimismo en los otros. La suma de estas tensiones da por resultado un marco sumamente complicado con diversos retos entre los que se encuentra la necesaria optimización del gasto tanto autonómico como estatal.

En Europa, la creación del fondo europeo de ayuda a los países con problemas e indirectamente, para la sostenibilidad de la moneda común, tiene una lectura adicional que se ha puesto de manifiesto en diversos ámbitos; La intención de la Comisión Europea y de los países fuertes de someter a la Comisión los diferentes presupuestos nacionales complican aún mas las cosas desde el punto de vista de la idoneidad de la estructura. En el caso español, al ser descentralizado, se podrá suponer que también el conjunto de los ingresos y gastos autonómicos serán visados y aprobados al menos, de un modo global. Eso, así visto, es una pérdida de la soberanía. No me refiero a la nacional, concepto éste un tanto etéreo desde la óptica de la izquierda, si no a la pérdida de la soberanía popular y su incidencia en el aumento del déficit democrático de las instituciones europeas.

Habermas en su espléndido artículo de ayer en El País nos hablaba de la vuelta a lo nacional en Alemania y dedicaba a los políticos alemanes algo que bien podría trasladarse al conjunto de los políticos que gobiernan hoy en Europa; “Con la excepción de Joschka Fischer prematuramente agotado, desde la toma de posesión de Gerhard Schröder gobierna una generación normativamente desarmada que permite que una sociedad cada vez mas compleja le imponga un trato cortoplacista con los problemas del día a día. Conscientes de la reducción de los márgenes de juego político, renuncia a fines y a intenciones de transformación política, por no hablar de un proyecto como la unificación de Europa” mas adelante añade; “¿Cómo podrían ser las cosas en una Unión que desarrolla sus energías en peleas de gallos para llevar a las figuras mas grises a los cargos mas influyentes?” Sin duda Habermas se refiere aquí a Barroso y Van Rompuy. El análisis de Habermas atiende a la realidad de Alemania, a su relación con Europa y a la Unión, pero muy bien sus palabras en cuanto a las carencias de la política actual podría aplicarse a otros muchos países de Europa incluida España.

Una simple mirada hacia la realidad autonómica española, los deseos de bilateralidad sin freno de elites políticas en las comunidades mas desarrolladas, la explotación malsana de sentimientos contrarios a la cooperación y la cohesión entre los diversos territorios, la crisis, el recorte del déficit y el inestable marco europeo nos ofrecen, sin duda, una complejidad y sensación de crisis total que exige un nuevo modo de hacer política y de nuevos líderes que sepan trascender el corto plazo y que aborde nuevos paradigmas para resolver los tres grandes problemas: El déficit democrático en las sociedades modernas imputables en gran medida a las oligarquías partidarias, la salida de la crisis económica mas el control y la regulación de los mercados que amenazan con anular la democracia y por último, una nueva reestructuración del estado de las autonomías, España, y su incardinación en una nueva Europa unida también en lo político.






Continuación: En dos días, Desde Iberia a Europa (II)






Leer más...