domingo, 4 de octubre de 2009

Sobre locos, visionarios y utópicos




La Utopia de Tomas Moro es sin duda la obra mas destacada del género utópico, al que por ellos ha prestado su nombre. Y es también la obra en la que mejor se cumple la intencionalidad del utopismo, a saber la racionalización del orden social. Es frecuente identificar utopismo con fantasía, con pretensiones bonitas, con deseos profundos del espíritu humano, pero irrealizables, ajenos e incluso contrarios a la racionalidad práctica. La Utopía de Moro, sin embargo, nos hace abrigar la opinión de que lo fantástico, lo inconcebible, lo utópico en una palabra, está en el ordenamiento real e histórico de la sociedad, y que lo razonable se encuentra en lo que el nos ofrece como descripción utópica. El orden sin poder personalizado ni centralizado, el anarquismo en su genuina expresión, es el modelo que Moro nos ofrece como alternativa al fantástico e increible mundo de la política de los principes o de los gobiernos centralizados, a la que Moro presenta como inhumana-maquiavélica-y como ridícula.”

Este texto figura como contraportada de la traducción de la Utopía de Tomás Moro (Editorial Zero, 1980) )realizada por Emilio G. Estébanez.

No se trata, ni mucho menos, hacer una lectura de la Utopía ni siquiera hablar de los precursores del socialismo denominados de modo genérico “socialistas utópicos” que en realidad tenían muy poco en común entre ellos.


La mala prensa que ha tenido, desde siempre, la utopía por parte de los guardianes del tiempo y del ritmo en la evolución de la sociedad, ha desvirtuado su significado a lo largo de los tiempos. La sociedad “ideal” imaginada por Tomás Moro y la interpretación que de la misma han realizado los distintos pensamientos políticos, cogiendo cada cual las enseñanzas que mas le convenían, también han contribuido a situar las utopías políticas en la frontera de lo marginal cuando no de lo raro.

No se trata de hablar de Moro y su obra, con la que se podrá estar de acuerdo o no. Moro lo mismo que La Boétie y Erasmo escribe sobre una sociedad ideal, expresan todos ellos una disconformidad con la política y la autoridad de su tiempo. Hablo aquí por lo tanto no de la Utopía y si en cambio, de la utilización del concepto y de su aplicación en el seno de los distintos colectivos.

Podríamos decir al igual que Eduardo Galeano en su ventana sobre la utopía: “Ella está en el horizonte, dice Fernando Birri. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve para caminar”.

La utopía, las distintas formas utópicas sirven para trazar un horizonte hacia donde se quiere caminar. El que desea ese horizonte pleno sabe que en estos momentos es irrealizable pero, ¿Cuántas utopías del pasado son hoy plena realidad o están en camino de ser algo cotidiano? La historia está llena de casos de deseos que en un tiempo fueron cosa de locos y visionarios y que forman parte hoy de nuestra vida.

Bajo el apelativo de locos, radicales, visionarios y utópicos bullen en algunos partidos y sindicatos de izquierda personas que creen que el cambio es posible, que los partidos mejor dicho, sus direcciones, pueden hacer algo más de lo que hacen por la participación, la democratización y la libre expresión. A veces, la simple demanda de lo que ya está escrito y aprobado les hace merecedores del calificativo.

A consecuencia de la plena uniformidad militante en las políticas que se aplican. Solo existe una sola dirección hacia la que caminar, dicen los entendidos, venimos asistiendo en el seno de la izquierda al hecho de que cualquier discrepante se puede enfrentar con la acusación de rigor. Es el grado de proximidad el que establece el nivel. Si existe un reconocimiento o cariño hacia el díscolo será un utópico, en el extremo contrario es simplemente un loco y como tal, hay que establecer en torno a él su correspondiente cordón sanitario. No vaya a contaminar al resto.

En el otro lado del foso y en las correspondientes torres de vigía están los que Michels, al que me he visto obligado a releer en compañía de Duverger, Sartori y José Ramón Montero para encontrar una explicación a la oligarquización y cesarismo creciente, los burócratas y funcionarios, los encargados de que el tiempo y el ritmo sea el adecuado y que siempre coincide con el deseo de los líderes.

Los conservadores son siempre los mismos, el uniforme de partido que en cada momento visten es el que mas se acomoda a sus intereses y circunstancias.

En esa confusión entre partido y líder a la que está tan acostumbrados los burócratas, cualquier crítica objetiva acaba siendo, inevitablemente, una afrenta personal y por lo tanto perseguible. De este modo, la base se sigue estrechando, la pirámide se identifica cada vez mas con un huso y las diferencias entre los que mandan se diluyen en un proceso de contracción previo, como casi siempre, al estallido final.

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