martes, 1 de junio de 2010

Quiénes quieren la huelga general?



Nadie de los directamente implicados en la negociación quiere la huelga general. Cuando hablo de implicados me refiero a los sindicatos mayoritarios, al gobierno (Zapatero) y a los empresarios. Quieren en el marco partidario la huelga general el Partido Popular, IU y algunos otros que esperan sacar tajada electoral. Entre quienes la quieren, los hay que consideran que es necesaria la huelga para frenar la ofensiva del capital, ahí hay mucha gente de base, gente con corazón que consideran que una agresión de tanta magnitud contra los trabajadores no puede quedar sin respuesta.

Ninguno de los implicados quiere torcer el brazo. Los empresarios esperan lograr de una vez , en esta, lo que siempre han tenido como aspiración máxima. Mantienen sus posiciones ante los sindicatos. No quieren el acuerdo, quieren que sea el gobierno el que legisle sobre el asunto y temen a que el gobierno no haga la reforma que los mercados quieren y por eso, con cada negativa suya en la mesa mira de reojo a las posibles debilidades del representante del gobierno.

A espaldas, y a la cara también, estimulan a medios y gurús para que sigan atizando el fuego de la necesidad de desregular lo máximo posible.

Los sindicatos se encuentran entre la espada y la pared. Es muy difícil un divorcio después de haberse querido tanto y miren que se han amado, han sido amores pecaminosos porque jamás por parte de unos sindicatos debiera de haberse traspasado algunos límites tal como se ha hecho en un pasado reciente. Saben, sabemos, que no tienen salida y la buscan, buscamos, desesperadamente. Son conscientes de que se han tragado el decreto del gobierno, que se han pimpado las medidas de un recorte que se saldará con la única respuesta de una huelga casi testimonial en la función pública y que no va a servir para devolver las cosas a su inicio. Llegado a este punto conviene preguntarse para qué sirve una huelga general. Es un arma definitiva no es una cuestión testimonial, cuando los trabajadores son llamado a una huelga valoran como lo primero la utilidad de la misma, esa es una cuestión determinante para acudir o no.

Están entre la espada y la pared porque saben que de ésta se la juegan. Han permanecido mucho tiempo callados, sin presión en la calle cuando esta era necesaria. Esa presión era, debería de haber sido, preventiva ante las tentaciones que tanto el gobierno como el capital pudiesen tener en el futuro y se dejó pasar. Pasaron los meses, incluso años, sin hacer nada, pegados al poder y subsumidos en una práctica de participación, que no era tal, fomentada no solo por la tardosocialdemocracia liberal si no por el capitalismo de base renana.

La medida de la evolución de la afiliación a los sindicatos tienen un retardo en su global conocimiento. Los descuentos por nómina, los ingresos que efectúan las empresas y los descuentos bancarios hacen que nos enteremos de la evolución de la afiliación al menos tres meses mas tarde de la fecha en que se producen. No hay una fotografía instantánea de la afiliación. Hoy sabemos con certeza cuantos afiliados, salvo alguna que otra trampa de carácter menor que se puede hacer por secciones y federaciones, tenían los sindicatos a diciembre de 2009 pero no más allá. La crisis y el paro creciente ha podido tener una incidencia a la baja de entre el 15 y el 20% en el número total de afiliados.

La convocatoria de huelga general puede saldarse con un fracaso, el mayor de los producidos hasta ahora entre los trabajadores, no oculto que la huelga pudiese ser jaleada también y no entorpecida por algunos empresarios, comerciantes etc. Pero ese posible fallo entre los trabajadores, no sería imputable a la crisis o al temor a represalias, si no a la falta de credibilidad de quienes la convocan. Son muchos años ya de coincidencia. Los sindicatos se han hecho monstruos burocráticos en los que se han incrementado plantillas, dedicándose a tareas más propias de la asistencia social, la formación, vinculados excesivamente y haciendo centro de ellos a políticas de igualdad, de no discriminación y olvidando, salvo contadas excepciones, lo fundamental, le ha ocurrido como a esos guerreros que en los largos periodos de paz dejaron oxidar sus armas, descuidaron su forma física y se consumieron en los placeres del castillo o palacio.

Luego está el Gobierno, sabe de las aspiraciones de unos y los temores de otros, y aunque los sindicatos le estén pidiendo algo, un apunte testimonial, algo que les sirva para no convocar la huelga y cuando el gobierno, el presidente mejor dicho, estaría dispuesto a darlo con el objeto de evitar no solo el tachón en su hoja de servicio, una huelga general pesa mucho en un expediente de un gobernante socialista, si no por que en realidad no quiere la huelga general en función de sus creencias esté seguramente no podrá ir más allá, quemó sus naves, se encuentra desinflado y es ya pasto de sus consejeros en la crisis. Son los mercados y son los “penetradores” y los “ocupantes”.

Estos penetradores y ocupantes que bien podrían definirse como socialistas mercantilistas, los que ocupan parte del gobierno, gente que de socialistas solo tienen el carnet, quien lo tenga. Son gente que han venido trabajando durante décadas en el seno del partido socialista, que han permitido “políticas socialistas” no lesivas para el capital siempre que hubiese superávit, que han asistido a las políticas cívicas del presidente, sucedáneas del socialismo, mientras conseguían la eliminación de determinadas figuras impositivas y la reducción de la carga fiscal incluso por debajo de la que tenía Aznar.

Ahí están los Campa, Salgado, Granados, Sebastián, Garmendia y otros tantos tecnólogos de la economía y lo social en los puestos intermedios del gobierno sumados a una cantidad ingente de oportunistas. Esta gente son los únicos que pueden valorar como favorable alguna respuesta en la calle de los sindicatos, sería la prueba del nueve de que la reforma laboral es creíble, que en definitiva "hace daño". Si hay protestas se va por buen camino y si en cambio, hay acuerdo los mercados seguirían incrementando su presión es decir, que no la consideraría muy válida. Las últimas palabras, mejor, el golpe de autoridad de Salgado van dedicadas al mercado.

Todos esperan, incluso los sindicatos, la imposición del gobierno, algunos en el mismo gobierno la quieren porque eso da muestras de credibilidad ante los mercados y ellos, al fin y al cabo, pasaran desde el gobierno a las empresas, muchos vinieron de ahí y otros, como los sindicatos, esperan un último gesto del amigo Zapatero, esa salidilla vergonzante por la que piensan salvar mínimamente la cara. Esta última es la enésima versión del abrazo del oso.

Es en gran parte la resultante de la molicie en la que hemos vivido la parte mas alta, si se puede llamar así, de los dirigentes, de la en otra hora llamada vanguardia obrero. Es también la consecuencia del descuido de lo fundamental. Todo ha cambiado. Ellos aprovecharon el tiempo, nos sentaron a sus mesas y subvencionaron con el FSE y más, políticas de escaparate. Nosotros sustituimos, merced a rebuscados procedimientos estatutarios, la decisión local por otras, mas centralizadas, que servían para desactivar y también, para incrementar el poder y no supimos o quisimos saber que con ello perdíamos el referente. No, no eran solamente los trabajadores en activo, eran también, sobre todo, los trabajadores que no podían trabajar porque no tenían empleo. Después de esto nada volverá a ser igual. El desandar ese camino nos volverá a situar en el punto en el que hace décadas transitamos.

Los primeros teóricos del liberalismo señalaban el Talón de Aquiles de las clases desfavorecidas, obreros, campesinos etc en su indolencia y dejadez. La facilidad con la que eran manipulados y la tendencia a la molicie de sus dirigentes también era considerada como una seña de identidad. No era igual en todos los casos, pero ahora podríamos coincidir en que este silencio de los corderos en el que nos han metido merced a la subvención, la comodidad y el halago ha rendido por fin sus frutos.

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