sábado, 7 de noviembre de 2009

Derribar muros



Estos días se está celebrando el vigésimo aniversario de la demolición del muro de Berlín. La pared comenzó a ser destruida por los berlineses el 9 de Noviembre de 1989 tras la cascada de decisiones políticas sucedidas en la RDA después de la dimisión de Erich Honecker.

Aunque el muro estaba ya sentenciado por los acontecimientos en la URSS, Polonia y Checoslovaquia fue la continua fuga de alemanes orientales a través de las fronteras de estos dos últimos países por lo que el gobierno de Egon Krenz no tuvo más remedio que reconocer la evidencia de la soledad política de la RDA.

En aquellos días, los berlineses orientales y en realidad, todos los amantes de la libertad en la antigua RDA se la jugaron, forzando las estructuras estalinistas. Ciertamente no había garantías de éxito, por mucho que pueda decirse ahora a toro pasado.

Angela Merkel preguntada estos días por The Guardian sobre que estaba haciendo ella entonces, no tuvo ningún reparo en contestar que aquel acontecimiento, siendo residente en Berlín, no lo vivió en directo. El día 9 de Noviembre, mientras medio Berlín se concentraba en torno al muro, la buena de Angela asistió con una amiga a una sauna perteneciente a la red de instalaciones del partido comunista de la RDA.

Con posterioridad añadió, que al día siguiente, si cruzo la línea fronteriza, para tomarse unas cervezas en uno de los bares que en el oeste, se ofrecían gratis a los berlineses orientales.

Merkel supo siempre lo que hacer. En su juventud perteneció a una de las secciones juveniles del partido único, incluso en la universidad, mientras estudiaba Física, se encargó de la propaganda de ese colectivo.

Mas tarde, con el régimen en franca disolución, se integró en un partido evangélico (su padre, era pastor luterano) tras un breve paso por el SPD. Desde ahí, tras la unificación y merced a las cuotas de representación que la CDU y el SPD concedían a los ossis (alemanes orientales) pudo ser parlamentaria de la CDU.

Fue una protegida de Helmut Kohl, su aire taciturno y la gestión de sus silencios presagiaban la máxima lealtad. El canciller la promocionó a ministra de Mujer y Juventud y pocos años más tarde a un ministerio de mayor peso; Medio Ambiente, Protección a la Naturaleza y Seguridad Nuclear. Tenía treinta y nueve años.

Fue la misma que siendo secretaria general de la CDU, algunos años mas tarde, acosó al incrédulo Kohl, que no daba crédito a lo que oía a su, en otro tiempo leal, protegida cuando le decía y le demandaba responsabilidades a raíz del escándalo de las cuentas secretas con las que se financiaba la CDU. En ese caso, Merkel actuó sin piedad alguna contra su, en otra hora, mentor. El desconcierto inicial y su control sobre el partido amén la alianza lograda con otros miembros de la dirección despeñó a Kohl de su carrera política. La larga y callada labor a lo largo de tantos años daba por fin sus frutos.

Merkel es una política sin complejos, una política que ha soportado muy mal el tiempo que ha estado coaligada con un SPD desnortado y centrista (las elecciones le han dejado en el lugar que habitualmente corresponde a toda izquierda tibia), una cristianademócrata que consigue por fin, de la mano de los liberales, llegar a metas nunca soñadas por aquella joven pionera que prestaba su ayuda al partido comunista.

Una vez confesó que en realidad lo que a ella le gustaba era el poder, cuando era física y trabajaba en los laboratorios estatales de la RDA se centraba en su esfuerzo en dominar las moléculas y en la política, evidentemente sobre sus conciudadanos. Es el poder sin más. Su trayectoria así lo avala, sus cambios de posiciones sin rubor, las alianzas de conveniencia altamente productiva para ella con el SPD, su idea de acabar con la dimensión social de la UE y reconvertirla en una especie de OTAN que sirva para las futuras guerras comerciales, son continuas muestras de un ejercicio político frío y descarnado.


La historia es tozuda y sus enseñanzas lo son aún más. Nadie se acuerda de aquél marino desembarcado del Potemkim que encontró la muerte bajo las balas de los cosacos ascendiendo por las escalinatas en Odessa, del artesano o mendigo que con una horca en la mano se elevaba por encima de la reja de la Bastilla, el pobre fusilado en la represión de la Comuna de París o de los obreros muertos en Vitoria y Granada, homenajeados 38 años después, en los prolegómenos de la transición española. Los manuales de historia nos remiten en cada caso a Lenin, Mirabeau, Guillotin, Blanqui y los líderes de los partidos de izquierda o demócratas que negociaron las elecciones libres para España.

Ahora, cuando se recuerden los acontecimientos que enmarcaron aquellos días y cuando la cancillera alemana acuda ufana a los medios, reivindicando lo bien que lo hicieron los luchadores de la libertad, desplacemos nuestro pensamiento hacia la humedad de aquella sauna de Berlín donde la joven Merkel se hallaba ese 9 de Noviembre de 1989.

Recordemos también a cuantos bajo las balas de los provos se descolgaban desde una ventana hacia la calle del Berlín libre.

Los cambios revolucionarios, los cambios hacia la libertad están escritos en rojo con la sangre de muchos seres anónimos, pero la pluma con la que se escribe y rentabiliza, suele ser utilizada a menudo por alguien que en ese momento o estaba en una sauna, posiblemente estudiando o simplemente, tomándose una copa. Misterios de la política.

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