lunes, 15 de febrero de 2010

Catedrales



Vivir a ochocientos treinta metros sobre el nivel del mar para el que ha nacido cerca de una playa, resulta un tanto agobiante. A esta altura las nubes que traen la lluvia desde el sur o desde el oeste te aplastan, casi, contra el suelo. Cuando pasa y encima hace frío, llega un determinado momento en el que necesito marchar de la meseta y bajar a la cota cero. Unas veces es el Cantábrico; cualquier punto de Euskadi, Cantabria o Asturias preferentemente, y otras, es hacia el Sur por la costa atlántica.

El jueves pasado decidimos bajar al Sur, el Norte, por el clima, se encontraba inmanejable. Teníamos una “cuenta pendiente” con Sevilla y había que saldarla, aprovechamos para desde allí hacer una pequeña escapada y asistir al pregón y la primera noche carnavalera de Cádiz. Sólo eso. Domingo, viaje y vuelta a casa.

Durante dos días he tenido la oportunidad de girar una y otra vez en torno a la catedral de Sevilla. Mira que ha llovido el jueves y viernes. A pesar de eso, las vueltas por el casco histórico, la visita a alguna exposición y las fotografías a fachadas, puertas y ventanas - mi reciente afición - han ocupado gran parte del tiempo. Como desconozco el laberinto de esas calles y callejones para orientarme siempre trataba de localizar, mirando hacia arriba, el minarete y la giralda de la catedral sevillana.

La majestuosidad de los edificios religiosos españoles es sobradamente conocida. Construidos a lo largo de siglos mediante diezmos obligatorios, la esclavitud, la explotación y la depredación de recursos públicos sirven hoy de reclamo que atraen a los nuevos visitantes. La rapiña y el dolor del pasado ayuda a mantener a una parte importante de nuestra población del presente un empleo precario del cual, dependemos en gran parte.

España, cuanto mas poderosa parecía ser bajo el reinado de Felipe II, más víctima era de su propia deuda. Las minas de plata de América no daban abasto, primero fue la deuda con nuestros compatriotas prestamistas luego cuando ellos ya no tenían suficiente dinero con el que hacer frente a las peticiones fueron los europeos, y más tarde, los tránsitos del capital hacia Flandes cruzando Francia originaron nuevas sangrías.

Siempre hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Casi siempre ha sido el boato y la apariencia nuestra perdición. Leo la prensa, Estefanía dice que precisamos 600.000 millones de euros al año y que somos incapaces, por nuestra baja productividad, de crear esa riqueza-

En el pasado, el coste para que nuestros reyes fueran considerados “católicas majestades” fue enorme. En el XVI, XVII y XVIII nuestro país era el más atrasado en calidad de vida e infraestructuras de toda Europa y todo ello a pesar del oro y la plata de ultramar. Pero nuestras catedrales y nuestros palacios han resultado doscientos, trescientos o cuatrocientos años después cojonudos. Ya se sabe, los muertos al hoyo, que se jodan, y los vivos al bollo.



He oído y leído sobre la homilía del sumo pontífice de la conferencia episcopal española. En ella se permite dar consejo y orientaciones al pueblo español sobre que hacer en relación con la crisis. Expresa su deseo de que la crisis sea mirada y gobernada con ojos nuevos. No me gusta Zapatero. Creo, sinceramente, que ha sido malo, muy malo, para la izquierda y el país, me saca de quicio un partido inoperante, cobarde, incapaz de decir lo que realmente siente, pero me ponen los pelos de punta los consejos de esa ave de mal agüero vestida con traje talar y su frente político.

Los culpables del secular atraso de este pueblo y de este país se permiten dar consejos. No cabe duda, la derecha, mejor dicho, los fascistas andan crecidos. Se permiten dar consejos sobre el mal por ellos causado. Se permiten encausar a un juez que ha intentado, paradojas de la vida, aplicar las bienaventuranzas cristianas. Este mundo, de verdad, está loco, loco.

Por eso, no he podido evitar una maligna sonrisa al pasar por la Plaza de la Catedral de Cádiz y ver a unas turbas disfrazadas y que no eran precisamente evangelizantes, memorable aquél disco de Pata Negra, en las escalinatas de la catedral, dando rienda suelta a lo que sus cuerpos les pedía y sus juergas carnavaleras demandaban. Sentí lo mismo con ocasión del mercadeo en los alrededores de la Puerta del Perdón de Sevilla.

Malo que es uno o mas bien, que dada la época de escasez que nos toca vivir, se conforma con bien poco.

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