sábado, 23 de octubre de 2010

Los sonidos del tren


Por esas vías que ustedes pueden contemplar en la foto y que se encuentran a unos centenares de metros del pueblo en el que vivo sonaba, hace ya unos años, el traqueteo de los trenes. Pertenecen a la Ruta de la Plata, una vía ferroviaria que unía Gijón y Cádiz, el Cantábrico con el Atlántico. Por ahí pasaba no uno, si no varios trenes al día.

Un día, allá por 1985, el racionalismo económico impuso su cierre. Era una línea deficitaria dijeron. En la explicación oficial no incluyeron que durante los años previos, RENFE había dejado de invertir en una ruta que en otros tiempos rebosaba de pasajeros. Que los retrasos casi formaron parte del contrato con el viajero, que máquinas y vagones llegaron a convertirse en chatarra sobre las vías, que con el tiempo, el olor y el deterioro interno fueron un acicate para huir de ese medio de transporte y que nunca, mientras en otros itinerarios si se hacía, se plantearon electrificar la vía. Que al final, los horarios ya no eran competitivos, en tanto que los servicios alternativos de viajeros por carretera se desarrollaban y se ponían las botas.

Lo habitual. El servicio público ya no era rentable tras la cura de adelgazamiento y el maltrato al que le sometieron sus propios gestores.

Hoy, la reapertura de esa línea forma parte del argumentario electoral en el occidente de Castilla y León. Cuando en España gobierna la izquierda, la derecha pide su apertura y cuando quien gobierna es la derecha quien lo pide es la izquierda. Tremendo, y lo hacen así, de modo simple, como si los ciudadanos no tuviesen memoria.

No sé si a ustedes les ocurre lo mismo, hay paisajes, escenas y rutinas que quedan grabadas para siempre en la memoria. Ese viejo barco que regularmente atracaba en el puerto, aquel viejo barman, esa persona que de modo habitual se sentaba en un determinado banco. El tren gris y azul de la Ruta de la Plata que chiflaba al cruzar por un paso a nivel. Cuando esos recuerdos se repiten de modo constante afloran sentimientos de disconformidad con muchas cosas de las que suceden en un presente que acaba laminándolo todo. Se habla de esas sociedades primitivas a las que se cambia de modo súbito con la llegada, con la invasión diría, de nuevas formas. Algo parecido nos viene pasando aunque de modo menos abrupto pero perceptible.

Cuando salgo a pasear por esa carretera desde la que he sacado la foto, recuerdo que hace ya muchos años cogí ese tren, mas de una vez, con destino a Gijón, incluso más tarde, cuando tenía que viajar por motivos sindicales a Gijón u Oviedo, me desplacé por esa vía única.

Cuando veo la hierba seca entre las vías, cuando contemplo esos postes del telégrafo y del servicio de órdenes del tráfico ferroviario destartalado, cuando, a veces, camino por ella cuidando de poner los pies en las traviesas para no trastabillarme, cuando encuentro algún que otro pedrusco del carbón procedente del transporte del mineral a su lado, es todo el pasado el que acude a mi memoria tenga o no que ver con el tren.

Hemos dado carta de naturaleza y hasta hemos llegado a comprender y considerar lógico ese “racionalismo económico” más hijo de la avaricia y la acumulación que de la buena administración. No hemos entrado en profundidad en el sentido de algunos de los cambios que se han producido a su causa y que hemos ganado o perdido con ellos.

Tengo mi televisión plana, no se si es HD, he de preguntarle a mi hijo sobre eso. Mi casa es hoy mas grande que la que tenía hace tres décadas. Sigo, igual que antes, estirando la nómina, esta vez la de la seguridad social, para llegar a fin de mes. Pero les puedo asegurar algo, no creo que pueda decir que ante todo ese confort aparente viva con más bienestar que antes.

Días pasados hablaron del Reino de Bhutan por la radio. Dijeron, que tenían un sistema para medir, al igual que se hace con el PIB, la felicidad de la gente mediante cuestionarios. Tras ello, implementan políticas de convivencia, diversión y desarrollo comunitario para que la gente pueda ser feliz. Punset se ha traído al primer ministro de ese país al congreso que sobre la felicidad ha celebrado en Madrid. No se si es formato de vida valdría en este país de crispados.

Después de reconversiones, astilleros vacíos, cierres de actividades, de vías de ferrocarril cerradas… Después de tantas y tantas cosas y pese a tener más autopistas, mejores coches y casas mas confortables, no tengo duda alguna de que muchas otras cosas, las que de verdad nos hacían felices quedaron arrinconadas en algunos de los muchos días del pasado.

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