sábado, 28 de agosto de 2010

Pendientes de un hilo



Treinta y tres personas viven en las profundidades de la tierra pendientes de un hilo de aire que les comunica con la superficie. Una mina como las de antes, unos empresarios como los de antes... y ahora. Unas familias angustiadas por lo incierto de la situación. Un país que se moviliza en un ejercicio de solidaridad sin precedente. Si hay todavía algun sitio en este mundo donde se manifieste la solidaridad de clase de un modo diáfano ese espacio se llama América Latina.


Poco podemos hacer desde aquí como no sea la de apoyar y estar vigilantes ante cualquier desánimo de aquellos que empleando todo tipo de recursos han de sacarlos de allí. Como en el mas reciente pasado las desgracias mineras, a veces inevitables, tienen también mucho que ver con una cierta cultura de la seguridad y la prevención. Por eso esas desgracias son mas habituales en los paises en los que se prima el beneficio fácil sobre la seguridad laboral.


Serán tres meses durísimos para esas treinta y tres personas. Luego saldran los estudios sobre la conducta humana en los casos extremos, los beneficios editoriales de cuatro o cinco avispados y los beneficios derivados de una determinada popularidad para algunos políticos. No importa, todo eso será una simple anecdota si al final esa perforadora llega al refugio y esos treinta y tres hombres pueden subir a la superficie sin otro trauma que el de haber estado encerrado cien dias.


Es el sino de la clase obrera, en la mina, la cantera, la fabrica o el andamio. Todos los días se vienen produciendo muertes que al no ser colectivas solo merecen una pequeña nota en los diarios locales.


El trabajo manual tiene esa peculiaridad. Es evidente que existe una falta de aprecio de las actividades manuales por parte de la sociedad. Son otras profesiones las valoradas, a las que se las identifica con el triunfo personal o social. A la clase obrera van destinados aquellos que han fracasado, segun un pensamiento moderno muy en boga hoy día. Todo padre que se precie desea para su hijo unos estudios, una universidad y al menos, si no es posible el triunfo, un puesto en la administración.


Aún son necesarias estas personas. Gran parte de nuestro bienestar sigue residiendo en los trabajadores manuales. El sudor y el cansancio de otros sigue contribuyendo a nuestro progreso material a pesar, de esa falta de aprecio social que antes hemos mencionado. Esa es la gran épica de una clase que en un pasado mereció los maravillosos poemas de Maiakovski, Miguel Hernández o Blas de Otero, la pintura de Ibarrola y en el cine, en multitud de peliculas, una de las últimas hace ya algún tiempo de ello, esa maravilla de Los lunes al sol. Al parecer ahora no es un tema comercial y por eso no se hace arte en relación con el mundo obrero. Esta clase casi desposeida de su valor social va camino, también, de su desaparición como agente de cambio. Tiempos...


Este asunto ha sido tratado también en los blogs Amanece que no es poco y Reflexiones


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