jueves, 15 de noviembre de 2012

EL MIEDO (Repensando a Toni Negri)


 

Más allá de lo vivido hoy, sin reparar en si la huelga general ha sido un éxito o no - en qué consiste el éxito en una convocatoria de huelga general podríamos preguntarnos - conviene reflexionar intensamente sobre los métodos de lucha que venimos empleando para la defensa de los intereses de, como se dice ahora, las capas más débiles de nuestra sociedad. El carácter mítico que tradicionalmente han tenido las huelgas generales hace que se la considere poco más o menos como un acto definitorio del que cabe concluir el todo o la nada.
Cierto, las huelgas generales derrocaron gobiernos y sistemas en el pasado, pero fue en el pasado. Hoy, y tan solo en los países menos desarrollados,  suelen servir para eso, pero en las sociedades avanzadas la cosa no esta tan clara. La huelga general viene a ser como la puesta en escena de un descontento generalizado y que se vale del paro masivo para llamar la atención sobre una serie de problemas. Los sindicatos han de replantearse el uso masivo de este tipo de lucha, porque estas huelgas han devenido en ser una especie de acto institucional, llevado a cabo por los sindicatos, que la población trabajadora, sustento básico de este tipo de convocatoria, vienen a percibir como poco productiva en función de los objetivos que se quieren conseguir. No hablo de las manifestaciones con ocasión de una huelga general sino de la propia huelga.
Al final, como en tantas otras cosas de la vida en las que nos jugamos decisiones trascendentes  la cuestión reside en la contraposición de miedos.  El miedo surge cuando hay dudas sobre la seguridad a la que todo animal, incluido los humanos, aspira. En una huelga, en una lucha social, dos miedos entra en escena; Los privilegiados tienen miedo de sufrir un retroceso en sus condiciones de vida, mejor, en sus privilegios y posición dominante. Del otro, y en el caso de una huelga general, acto extremo, se tiene miedo a perder recursos y perder el empleo. Tendríamos que preguntarnos si nuestros antagonistas sienten temor ante una convocatoria de huelga, estrictamente huelga, como la que hemos tenido. Yo no creo que sientan miedo ante una huelga general, tienen, como suele decirse, la sartén por el mango. Los empresarios y las clases privilegiadas acumulan hoy muchas más armas que hace treinta años. La puntilla a lo viejo la ha dado una reforma laboral que hace esclavos al conjunto de los trabajadores a cambio de un muy limitado salario.
Vistas así las cosas, habrá que repensar las posibilidades de lucha existentes. La segunda mitad del siglo veinte se caracterizó por un gran pacto social impulsado, en esa ocasión, por los cristianos demócratas. Había miedo, existía el temor de la propagación de las ideas revolucionarias imperantes en el este europeo. En ese miedo de las elites dirigentes cobró forma el estado social. La quiebra escalonada de la sociedad del bienestar en los últimos treinta años, desde la caída del muro, ha alcanzado su máxima expresión con la crisis económica provocada y las consiguientes medidas de austeridad.
Mucho me temo que con la crisis no solo ha desaparecido la sociedad del bienestar como concepto  sino que también ha desaparecido, por el momento, las masas trabajadoras como  único ariete de lucha y cambio aunque siga vigente su función como agente de protesta unidos a otros colectivos. La precariedad maniata a los trabajadores que a la hora de movilizarse en torno a la huelga general sopesan su situación. Casi seis millones de parados constituye un formidable ejército de recambio cuando existen represalias y estas, desgraciadamente, existen.  No podemos proyectar sobre este colectivo (los trabajadores precarios y de pequeñas empresas) la responsabilidad de que una movilización sea exitosa o no. Volvemos con todas sus consecuencias, en cuanto a la dialéctica de clases, al principio del Siglo XX, así lo avalan las condiciones objetivas,  entre las que sobresalen, los desequilibrios a favor de las élites, la proletarización de las clases medias y las nuevas situaciones de dominio.
 
El  nuevo marco plantea no pocos interrogantes que habrán de resolverse. Entre ellas, el papel seguido por los partidos socialdemócratas y la revisión de una trayectoria  en las que han sido factor coadyuvante en la implantación del liberalismo más descarnado , la conversión de los sindicatos en plataformas que también defiendan a los no asalariados, la articulación de los colectivos que luchan por una sociedad más justa (Lo que Toni Negri denomina la multitud de los pobres) y por último, la función de las vanguardias y su responsabilidad en restablecer el equilibrio en lo que he denominado el marco del miedo. Un nuevo tiempo se cierne sobre nosotros. Sin respeto – solo el miedo puede restituirlo - la negociación es imposible y la primera tarea será recobrar, sin falsos diálogos, ese respeto, ese reconocimiento por parte de las elites del otro (nosotros). Sólo así nos valdría  el imperante marco democrático liberal que las clases dominantes vienen quebrando desde la caída del primer bloque del Muro de Berlín.
 
"Los hombres luchan y pierden la batalla, y aquello por lo que peleaban llega, pese a

su derrota, y luego ya no parece ser lo que creían, y otros hombres deben luchar por

lo que creen, bajo otro nombre."

WilliamMorris
(Prefacio de Imperio de Toni Negri y Michael Hardt. Edición de Harvard University Press)
 

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