viernes, 23 de julio de 2010

Un altito en el camino





Adoro el verano, me gusta el sol y el calor. Antes, los ciclistas españoles en el Tour pedían calor porque pensaban que de ese modo tenían ventaja ante los corredores de clima mas frío. Ahora, supongo, que las cosas habrán cambiado. Ya no necesitamos de la furia para ganar un mundial de fútbol y posiblemente nuestros campeones de las dos ruedas tampoco precisen de temperaturas extremas para vencer a los contrarios en pleno verano. Esas cosas con la modernidad se han perdido, me refiero a las invocaciones raciales y testiculares a la que tan dados éramos. En cualquier caso, el verano es para mí la estación natural, la que prefiero por encima de cualquier otra.

Mis despertares a partir de mañana serán distintos, me acompañarán los horizontes marinos. Será bueno pasear por la arena mojada que de paso, aliviaran mis pies y mis pasos que bastante castigados están. Una de las cosas que me place son los paseos matutinos, muy de temprano. Todas las decisiones importantes que he tomado en mi vida se han producido caminando por una playa a horas muy tempranas o pescando (soy un malísimo pescador). De ahí, de esos ámbitos salieron muchos proyectos y aparecieron como surgidas del mar muchas intuiciones. La marcha por la vida y los cambios no obedecen exclusivamente a reflexiones, también la inspiración es importante. También solemos actuar, aunque no lo confesemos, con determinadas influencias, mas o menos esotéricas, de revelaciones, insinuaciones o supersticiones. No es broma y tampoco es cuestión de fe. Como las brujas, haberlas, hailas. Allí, una vez, entre los llantos de un Miguel chico en el camino del istmo que separa la pequeña península o cabo de Trafalgar de la playa de Zahora volvimos apresurados y un tanto alarmados a Salamanca y aquel acto inexplicable para todos de clausurar las vacaciones de modo impulsivo salvó en parte nuestro bienestar futuro, por carambola y por haber finiquitado las vacaciones, Marga consiguió el empleo del que aún disfrutamos. Porque tener trabajo, tal como están las cosas, es una opción de disfrute.

Todos los años establecemos en nuestro primer día de vacaciones la misma liturgia; Desayunamos en carretera en el mismo sitio, con jamón extremeño. Ese mediodía, una vez llegado a nuestro destino siempre vamos al mismo chiringito, el que año tras año nos recibe y saluda. Siempre, al percibir el primer olor a sal y cieno desde la ventana del coche suena el “Caminito” de Raimundo Amador, que nosotros aunque no vayamos exactamente a ese pueblo blanco hemos bautizado como “Caminito de Conil” debido a la confusión de términos o al fuerte acento del artista.

Seguiré conectado, es posible que, incluso, publique o comente algo pero durante tres semanas habrá una especie de alto en el camino. Tiempo de lectura, paseos, gastronomía y algún chapuzón que otro. Les deseo, si pueden y si la fortuna les ha sido benévola este año que tengan un feliz verano. Ya saben, Carpe diem o si prefieren, este otro, Tempus fugit





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