sábado, 6 de febrero de 2010

Crucemos los dedos




Nuestro amigo Feluky llama en el blog de Javier Caso a una cierta mesura, a retomar el ánimo constructivo tras una semana de auténtica locura y criterio no le falta. Hay razones para las dos cosas, para la santa indignación y para el que esta sea modulada en función del tiempo y de la gravedad de los acontecimientos.

Es difícil sustraerse al clima angustioso que se cierne sobre todos nosotros, a ello no ha sido ajeno el Gobierno y las actuaciones del presidente. Es tal el grado de inseguridad que se percibe en las actuaciones de los poderes políticos, económicos y sindicales que poco margen puede quedar para la confianza. Todos ellos se han encargado de erosionar durante los dos últimos años los cimientos sobre los que se erigía el “milagro español”

Sin embargo la economía, mejor dicho el mercado, se sustenta en gran medida en la confianza. Un mundo, el capitalista, que funciona esencialmente con el crédito, requiere de cierta dosis de confianza para seguir funcionando. La confianza es el lubricante sobre el que discurre gran parte de nuestro bienestar en el sistema.

Por eso, no es un gesto gratuito el hieratismo de nuestro presidente, gesto que secundan con poquísimo éxito las dos vicepresidentas. El fuerte en estas políticas no es precisamente su capacidad para empatizar con los ciudadanos, sobra en ellas la constante actitud inquisitorial y una gravedad gratuita que suelen confundir con lo serio o la firme.

Un gobernante en estos momentos tiene que hacer eso, tratar de ganar la confianza de quienes pueden amenazarnos. Lo que ocurre, es que conjuntamente se debería de ofertar lo principal, coherencia, y debemos concluir que de esto último poco ha habido.

Por eso hay que saludar como positiva la reunión de ayer, al margen de lo teatral, curiosa esta afición desmedida a la farándula en nuestro presidente, era un acto necesario de cara a los mercados. Otra cuestión es si se va a llegar a un acuerdo o no, si la reforma que se propone servirá para relanzar la economía y el empleo o si, esto es ahora lo fundamental, van a tranquilizar a los operadores y compradores de la deuda pública española.

El partido en estos momentos no se juega en el interno del PSOE, tampoco en el Congreso, ni siquiera en la mesa del diálogo social. El partido del futuro de este país, nuestro bienestar y el empleo de los diez años próximos se juega en los parquets de Europa, Asia y América.


Esas son las reglas del juego. Se desperdició una inmejorable ocasión, los últimos diez años, para situar al país en la primera división, se atendieron algunas cosas y en otras, poco se hizo cuando había recursos o posibilidades para hacerlo. No es cuestión de volver sobre un pasado, cuando el presente es malo y el futuro puede ser pavoroso. En otros posts de este blog figura todo un catálogo de discrepancias con la política seguida durante los últimos años.

Volvamos a lo que nos ocupa. Este país esta en manos de nuestros acreedores, con un sector financiero que no reconoce, que no quiere reconocer el gravísimo problema que tiene. El estado y las administraciones públicas van a tener que financiar su déficit apelando a los mismos que lo hicieron, en el pasado, particulares, entidades financieras y empresas.

No quiero entrar en los contenidos de la reforma, tiempo habrá, solo me preocupa si eso puede ser entendido por los mercados como un valor, como algo seguro. Sólo me preocupa si el valor de los CDS (certificados de seguro sobre la deuda española) van a seguir subiendo al ritmo que lo ha hecho esta semana. Si la prima de riesgo en el bono español seguirá incrementando el diferencial con el de otros países europeos. Las subastas de las últimas emisiones del Tesoro y del ICO así lo vienen evidenciando. El próximo lunes llegaremos a saber si los mercados han reaccionado bien ante la foto de La Moncloa, porque no hay que engañarse, eso es lo único que hasta ahora hay.

Hay cuentas pendientes, en el interno del PSOE, porque sus actuaciones lo asemejan a cualquier cosa menos un partido sólido, serio y participativo. Me rechina, me patalea esa confianza ciega en sus dirigentes y el omnipresente patriotismo de partido por encima de lo que la razón aconseja. A veces la impresión que da no es la de ser un partido si no un clan de intereses que precisa de lo que ellos consideran viga fundamental para seguir tirando en el mundo de la política.

Me repugna la actuación del Partido Popular, su dinámica de cuanto peor mejor. Son capaces de seguir dinamitando la imagen de este país en el exterior, algo que todos acabaremos pagando, en vez de alentar la posibilidad de acuerdo sobre la reforma laboral. Ellos, los campeones del patriotismo se exhiben en este caso con su faz más cruda, real. Dignos sucesores de los partidos de rapiña del XIX y XX español.

Muy gordo debe de ser el problema, seguro que es muy gordo. Independientemente de que la reforma planteada, según los papeles, sea ligera, light o floja tal como la han definido algunos medios no deja de ser sintomático el que sindicatos y empresarios salgan con un acuerdo de partida con el gobierno. ¿Les habrá dicho Zapatero a estos representantes lo que a él le dijeron en Davos? ¿Habrán tenido acceso al secreto, no de Fátima, sino de Davos? El acuerdo generalizado sobre el documento del gobierno así lo da a entender. Miedo, hay mucho miedo.

Recemos. Esa es la lógica del sistema. Corremos sin duda el riesgo de ser echados de nuestra propia casa. Hay que salir de este momento. Sí, hay tiempo para pedir explicaciones, para seguir exigiendo responsabilidades, para pasar factura, pero ahora, lo principal es sumarse al establecimiento de un marco de confianza.

Al gobierno, a su presidente, a los partidos y a todos los que intervienen en el gran teatro de la política y economía nacional hay que recordarles que son ellos en cuanto clase los únicos culpables del actual estado de cosas. Se suele decir que las clases dirigentes son el reflejo de la sociedad de la que emanan, yo no lo creo, no creo que el pueblo español tenga responsabilidad alguna en el sesgo que estas clases han tomado en los últimos tiempos, y ante eso solo nos queda el camino de la automarginación, la desvinculación práctica de la gran fiesta de la democracia, tal como se nos dice, del acto de votar. Es la única defensa que nos queda, devaluar el gran acto, hacerles ver la inmensa soledad en la que se han instalado.

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