martes, 30 de marzo de 2010

La medalla de Aznar


Llegado un determinado punto y una vez encarrilada su legislatura José María Aznar considero llegado el momento de anunciar a todos que no se presentaría como candidato del Partido Popular en las elecciones de 2004…” Así podría comenzar un cuento en el que el líder de la derecha aparece como una persona desprendida, nada amante del poder, alma convencida de que la permanencia de alguien en el durante mucho tiempo sería algo perjudicial para el funcionamiento democrático del país y, también, de su propio partido.
Convocó un congreso y señaló, tal como hicieron con él, a su delfín. Por fin se había cumplido uno de sus deseos; el estar mucho tiempo al mando de la nave genera un estorbo en el limpio funcionamiento de la democracia del Partido Popular. Designó al sucesor, pero por lo visto eso era algo muy normal dentro del espíritu democrático, o al menos él así lo entendía.

Se ha analizado bien poco esta decisión de Aznar, nos queda tan solo la versión oficial y esta ha sido adoptada tanto por la derecha como por la izquierda, eso es lo que queda para la historia y eso es lo que consagra a su protagonista como una persona poco apegada al poder.

Sin embargo, toda su trayectoria posterior desmiente esta primera apreciación. Aznar es un fanático del poder y del dinero.

El Tribunal de Cuentas ha emprendido una investigación con la finalidad de determinar si hubo “responsabilidad contable” y si con esa iniciativa se dañó al Estado por la decisión de pagar a un lobby americano para que el Congreso de los Estados Unidos le diera su medalla. La fiscalía no ha querido entrar en el asunto y por lo visto, la Audiencia tampoco.

Júcaro en su blog atribuye esa acción a una suerte de megalomanía del líder de la derecha. A mi no me lo parece. Lo de Aznar y su Medalla de Oro del Congreso bien podría tener un mayor alcance. Todo formaría parte de una estrategia de futuro, de su futuro, relacionada con las actividades previstas una vez que no fuera ya presidente del gobierno.

La derecha, salvo casos muy excepcionales, entiende su paso por la política como un proceso de aprendizaje de los entresijos de la administración. La política brinda un marco de relaciones para que una vez abandonada la actividad, lo atesorado, tanto en lo técnico como en lo relacional, pueda resultar determinante para el futuro.

Hacer dinero, esa es la clave. Muchos acceden a la política para ganar dinero no en el momento en el que se es político, sino después. Es entonces cuando las posibilidades reales de cimentar un futuro para sí y para la descendencia se torna real. He tomado al albur dos nombres clásicos del Partido Popular, para nada ex-ministros, que están ya colocados y bien colocados en consejos de administración. El diputado Cortés y el diputado López Amor, uno en relación con el arte y el otro con la televisión, ambos tuvieron responsabilidades políticas cercanas con esos cometidos, ambos, tienen declaradas actividades privadas vinculadas en la actualidad con eso.

Aznar delineó su futuro para después de la política, no solo esas conferencias en universidades e instituciones, le quedaba unos 25 años para ser millonario y a eso iba a dedicar su tiempo.

Para lograr su objetivo se había hecho el lacayo más significativo de la política republicana de los Estados Unidos, cortejaba a los media, los bancos y el petróleo americano. Era un amigo leal de Bush, con Blair defendía frente al resto de los europeos las iniciativas y aventuras de la administración republicana en relación con Irak.

Las encuestas, aunque ajustadas, eran favorables, tenía la amistad de poderosos americanos y europeos, su yerno que había actuado de avanzadilla, estaba a caballo entre Londres, Washington y Nueva York. Era presidente de honor de un partido que iba a gobernar otros cuatro años. El próximo presidente le debía el puesto, lo había rodeado de modo muy conveniente de su vieja guardia; Zaplana, Acebes y muchos otros. La aventura de Irak, poco entendida en su propio partido tenía un coste electoral, pero no era el suficiente para que la oposición pudiera arrebatarles el poder. Alguien le pudo susurrar al oído que debería de aspirar a la Medalla de Oro del Congreso de los Estados Unidos, la más alta condecoración que otorga ese país. La nómina de los últimos condecorados no ofrecía dudas; La tribu de los Navajos por servicios prestados en la segunda guerra mundial y Ronald Reagan. La condecoración “se concede a la persona que realiza una destacada obra o acto de servicio a la seguridad, la prosperidad y el interés nacional de los Estados Unidos”. Esta medalla era la llave para su futuro, con élla en el bolsillo quedaba nominado como el hombre de Estados Unidos, no solo en España si no para toda Europa, se veía en los consejos de administración de las grandes empresas americanas, se veía…

Un determinado día de Marzo todo se quebró, el cuento de la lechera terminó como suelen terminar los delirios. De aquella medalla nada se supo, solo quedó un rastro de 2,5 millones de euros que ahora son investigados. Su proyecto de futuro quedo aparcado, de entonces le queda ese carácter avinagrado y rencoroso, una profunda amargura tras una sonrisa que por mucho que se empeñe, nunca deja de ser despectiva.

No era solo un acto más de megalomanía, era el proyecto de su vida.

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