domingo, 27 de diciembre de 2009

Culpas ciudadanas





Fernando Vallespín es catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, con estudios de postgrado en Harvard y en otras universidades americanas, fue tambien, director del Centro de Investigaciones Sociológicas desde 2004 a 2008, es al mismo tiempo un columnista habitual de El País. Hoy, en su columna, nos ofrece una muy particular interpretación de la desafección de los españoles por la clase política y los partidos reflejada en el Barómetro de Noviembre del CIS. Los encuestados nos dicen que los partidos políticos y su quehacer son su tercera preocupación tras la crisis económica y el paro.

Para Vallespín ,esta discrepancia con los políticos radica en tres inquietudes de la ciudadanía: El descontento por la falta de unidad en la resolución de la crisis económica, la corrupción en los políticos y la crispación.

A continuación, señala como uno de los argumentos de mayor peso por parte de la ciudadanía la acusación generalizada de que los partidos estén mas a sus propios intereses que a los del conjunto del país.

Tras constatar que es una tendencia observable en todas las democracias occidentales, señala que en el caso de España, esta desconfianza es mucho mas acusada, concluyendo con su conocida teoría de la privatización, la individualización o el interés personal del ciudadano, “ … si esto es así, no sólo tenemos un problema en la política, sino también en la propia sociedad. Uno de los rasgos de la cultura política española estriba, precisamente, en nuestra poca implicación en lo colectivo, en el escaso sentido comunitario, en el desinterés por todo cuanto huela a política”

En realidad, lo que hace Vallespín es poner el ventilador en marcha, de ahí el título de su artículo: “Quiénes son peores, nuestros políticos o nuestros ciudadanos”. Para él, cito textualmente, “Es difícil que haya políticos de baja calidad en una sociedad de ciudadanos exigentes. Exigentes no sólo para lo propio, claro, sino para la realización de aquellos valores en los que nos reconocemos todos, como la libertad, la seguridad la estabilidad. Sí, el famoso interés general, algo sobre lo que ya apenas se habla.”

Sorprende la fe de Vallespín, cuando habla así, en el sistema. Sobre todo, como si en este país fuera fácil la elección de aquellos que nos han de gobernar. Estos, son puestos por partidos, que a su vez, son objeto de la desconfianza de la ciudadanía sin excepción. Los partidos designan y a nosotros, los ciudadanos, solo nos queda en el acto definitorio de votar o no votar a quienes nos dicen en una lista cerrada y bloqueada. La capacidad de elección no es tal, elegimos al partido por el que queremos ser gobernados pero no a los políticos, porque esos van en el paquete promocional.
Lo que subyace en el artículo es el tópico, cierto en alguna manera, de que los políticos son el reflejo de nuestra sociedad, y por lo tanto, son malos algunos políticos porque los ciudadanos somos malos en nuestra elección y compromiso. En definitiva, no son los políticos los que no funcionan o están enfermos sino la sociedad española que solo se acuerda de Santa Bárbara cuando truena. Según él, cuando hay crisis, entonces surge nuestro espiritu colectivo cubierto y vehiculizado por nuestras demandas de ayuda al papa Estado. En definitiva, los españoles, el electorado español en conjunto,son unos niños mimados de los políticos.

Vallespín se equivoca o calla otras cuestiones que influyen en este problema. Si observamos la larga secuencia de este dato en las encuestas del CIS veríamos que esas oscilaciones en el apego o desapego de los españoles con los políticos son muy acusadas y el incremento de la crítica ciudadana siempre suele coincidir con lo que podríamos denominar fases de cabreo generalizado y no tanto sobre casos puntuales. Así ocurrió en 1996, en el 2004 y está pasando también ahora. Concretando más, en 1995, 1996 y 2004 no influyeron tan solo los casos de corrupción o crisis económica sino que fue el modo de gobernar un elemento determinante en la caída de esa confianza mutua que el señala como necesaria para el buen discurrir del sistema.

Lo mismo ocurrió en 2003 y 2004 cuando la prepotencia de los gobernantes tomo cuerpo en la actitud del PP con la guerra de Irak y así, podríamos trasladar minuciosamente los hechos acontecidos en la política diaria con el estado general de la población expresada en estos barómetros.

Vallespín, por lo que calla, exculpa al sistema en todo momento. Su artículo es muy similar a la larga entrevista publicada este verano pasado en la revista de la Fundación Campalans. Se trata de salvar los muebles y dar todo el crédito a un sistema que por día que pasa se revela como insolvente ante las demandas de mas ciudadanía.

Allí atribuía la desafección a un cambio cultural y no a lo coyuntural de la corrupción. Aquí en este, es la ciudadanía la principal culpable, esta vez, por su falta de compromiso.

Ni una sola palabra para un sistema que aleja a los ciudadanos de la política en la que se ve obligada a tomar, elección tras elección, los platos del menú sin ninguna otra posibilidad. Es más, se extraña y califica de colmo la crítica hacia los únicos que nos pueden salvar de la crisis, de igual manera se sorprende de que el conjunto de los políticos puedan recibir, sin mas, la denominación de casta.

No es posible que una persona tan informada, estudiosa de la política y de los movimientos electorales pueda mirar hacia el otro lado de modo tan intencionado y deje de ese modo en blanco, otras circunstancias y males que aquejan al sistema representativo español. No puede servir de coartada a quiénes, desde el inmovilismo, desoyen de modo sistemático la necesidad de profundas reformas en las estructuras políticas. Dejen primero que el pueblo y sus inquietudes puedan aflorar libremente y después evalúen la calidad y compromiso de ese pueblo con el común.

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