De las semanas santas en mi niñez me queda el recuerdo de los oficios religiosos, requiems, pasiones, misas fúnebres, el tatachin de las marchas procesionales y las saetas. El olor a incienso y cera que todo lo impregnaba. De todo aquello surge ese afán mío por desaparecer del entorno habitual en estas fechas. La semana santa ya no es lo que era pero, aun, en las pequeñas ciudades casi todo suele girar en torno a esa liturgia tan especial. No me consta, o simplemente no lo sé, si la muerte del Nazareno tiene en otras creencias cristianas la misma importancia que en la fe católica.
Esa querencia tan española por la muerte y sus fastos, a pesar del tiempo transcurrido desde el final del periodo negro, sigue teniendo presencia en lo cotidiano. Cada año está ahí la semana santa para que esa realidad nos la recuerde. Llegado aquí, no quiero pasar por alto el comentar la ocasión que he tenido de ver una foto de primeros de los cincuenta.
Estoy embarcado en un proyecto que hace que este visionando y leyendo gran cantidad de referencias periodísticas y documentales sobre la época del protectorado español en Marruecos. En el centro de la foto que ahora comento puedo ver al general Millán Astray rodeado de oficiales del Tercio Don Juan de Austria de la Legión, le visitan con ocasión de una parada militar en Madrid. No puedo evitar el sentir una especial inquietud y como no, el sentirme incomodo en el asiento cuando veo al autor del archiconocido grito en el Ateneo de Salamanca en presencia de Unamuno; ¡Viva la muerte, muera la inteligencia! vociferó el sujeto.
No solo es el general, son esos ojos, diminutos, muy fijos, como de bisutería, en los oficiales que le acompañan, son las botas de cuero negro ceñidas hasta las rodillas… Con algún tiempo por medio, son los mismos que procesionan estos días por Málaga entonando un himno en el que se reclaman novios de la muerte.
De niño, la semana santa me daba miedo. Una vez, tan solo una vez, pude observar de pequeño en mi ciudad natal a aquellos, para mi, seres espectrales con túnicas, rostros ocultos y cadenas atadas a los tobillos que arrastraban unos pies descalzos. Ha convivido en mi recuerdo durante mucho tiempo con otro, extraído posiblemente del cine o del Nodo en el que otros encapuchados enarbolaban también una cruz, pero esta, ardiendo. Ese recuerdo es inseparable de otro. Una canción, Siboney, y un cartel de película sobre la fachada del cine Ideal de Larache. En él, se veía sobre un fondo negro una mano desnuda que emergía de la tierra.
En mi huida de los ritos mortuorios he viajado por la Andalucía mediterránea. He tenido la oportunidad de comprobar hasta que punto la denuncia del Parlamento Europeo sobre la política española en torno al maltrato de las costas españolas y el urbanismo salvaje es cierta.
Encerrado entre el plástico de los invernaderos y el hormigón, y con la única excepción del parque natural del Cabo de Gata, he podido comprobar que la “tradición” española de la muerte sigue presente en muchos de nuestros actos. El Mediterráneo aquí, da fe de ello. Es el lógico fruto de la codicia.
Un duro recorrido por carretera bajando hasta Sevilla, Jerez y Algeciras por la vía de la A-66 y por la misma costa llegar hasta Roquetas de Mar. Nos detenemos en Alcalá de los Gazules, reserva y valladar de parte del socialismo andaluz y compruebo lo cierto de la frase de mi amigo Antonio que me mantiene al tanto del espíritu y modas que animan a los socialistas del hoy; Son clónicos Miguel, todos los que son o quieren ser algo, visten y hablan igual que Zapatero y las ministras.
Me parece ver por el pueblo tres veces a Bibiana Aido, pero no, no es Bibiana, son clónicas. Son simplemente chicas que siguen una moda, un referente estético.
Saliendo del pueblo después de tomar una caña pongo en el CD del coche, el Raimundo Amador de Pata Negra: ¡¡Vente p´acaaa y déjate de fríiiio, vente p´aca!! Huir del frío y de los festejos de la muerte, buscar el sol, la primavera y posiblemente, las primeras manifestaciones de la vida y su eterna renovación. Siempre lo mismo, siempre huyendo del frío
En los períodos de insomnio me he acostumbrado a dormir en la compañía de un pequeño transistor que coloco siempre debajo de la almohada. De madrugada, en mi hotel, dan por la SER o Radio Nacional, no se cual de las dos, de que en Calanda con la presencia protagonista de González Sinde los tambores doblan a muerto, que la procesión del silencio en Zamora tiene el recogimiento y el escalofrío habitual, que las turbas jalean e insultan al nazareno por las calles de Cuenca. “Turbas”, el simple nombre evoca el estremecimiento. Dos musulmanes austriacos han sido expulsados de la Mezquita de Córdoba por querer rezar en ella. El tiempo no pasa, algunas manifestaciones se mitigan pero en lo fundamental las cosas siguen como siempre.
Oigo también como la vice sale en una foto, supongo que esta vez vestida de Coronel Tapioca, rodeada de niños haitianos. Una foto con negritos ¿Volvemos a las esencias? Otras veces en sus fotos salía rodeada de mujeres africanas en alguna ocasión con un tocado muy especial. A nuestra vicepresidenta le encanta las fotos exóticas. Ponga un negrito o una negrita en su vida. Su asesor de imagen es un gran especialista en eso. Aquí es la muerte en Haití la que sirve de abono orgánico para ver si crecemos en las expectativas.
Oigo a Zapatero y luego a Blanco. ¿Cuando aprenderán? ¿Porque no aprenden? ¿Son clónicos realmente o es que el Arriola y el experto en oratoria que tiene el PSOE es un infiltrado del Partido Popular? ¿Hay alguien que les pueda decir que el electorado no es tonto, que no hace falta que le hablen como si fuese una transmisión telegráfica o no entendiera lo que le dicen? Para nada hace falta que hagan tantas pausas cuando hablan. Entre frase y frase no tiene porque transcurrir tanto tiempo. La impresión que dan es de inseguridad, de no encontrar la palabra adecuada, de no saber que decir o simplemente, de incompetencia.
Es difícil sacudirse el olor a muerte en esta primavera. A la muerte política siempre le precede noticias sobre la corrupción, la descomposición que toma forma en descoordinaciones, incoherencias y los titubeos que afectan al conjunto de nuestra clase política. Los ciudadanos perciben ese olor y por ello, expresan su preocupación cada vez que son consultados.
No solo es el Mediterráneo andaluz o valenciano el que se encuentra emparedado entre el plástico y el hormigón, es la política española la que también vive sometida a ese corsé de la artificialidad del plástico, de la figuración y la rentabilidad inmediata cuya expresión mas pura, es la especulación vinculada a la construcción y toda la lacra de la que suele acompañarse.
A la lucha contra la muerte se le denomina agonía. Es en la desesperación cuando se suelen cometer los errores de mayor entidad. Entonces, en esos momentos, es la voz de quienes saben que esta batalla no pertenece a un solo día, ni siquiera a un período electoral la que debería cobrar mas fuerza y ser tenida aún más en cuenta. Se trataría, simplemente, de evitar males mayores. Pero me temo que siguen sordos. ¿O están ya muertos?
bien lo dices Miguel, agonía. Pero no entre plástico, más bien entre chapapote.
ResponderEliminarHola maigo Miguel:
ResponderEliminarUna gran descripción de nuestra realidad que culminas con una gran frase: "A la muerte política siempre le precede noticias sobre la corrupción, la descomposición que toma forma en descoordinaciones, incoherencias y los titubeos que afectan al conjunto de nuestra clase política. Los ciudadanos perciben ese olor y por ello, expresan su preocupación cada vez que son consultados."
Tu palabras sobre los clónicos me han recordado aquella canción de Asfalto titulada "Mujer de Plastico".
Recibe un muy fuerte abrazote amigo.