viernes, 24 de abril de 2009

Viaje al Sur (4)



Bolonia es una inmensa playa natural, una ensenada resguardada por un promontorio rocoso que se abre hacia el estrecho desde la Punta Camarinal en un extremo hacia otro, Punta Paloma. Cerrando la ensenada hacia tierra el pico de San Bartolomé con sus 450 metros de altura domina un paisaje natural en el que el parón a la construcción costera de mediados de los ochenta ha dejado un caserío diseminado de viviendas de baja altura.








Como todo el estrecho, es una zona azotada muy a menudo por el viento de levante. Este viento, malquerido por los veraneantes, juega un papel fundamental en la regeneración de la costa. La constante dialéctica que establece el poniente y levante en las costas de Cádiz juega un papel primordial en una doble vertiente biológica y social; Por un lado regenera sus playas por otro, ha mantenido más que mantiene alejados de estas costas a aquellos que prefieren una naturaleza domesticada y muy cómoda al visitante ocasional

Estar en Bolonia es encontrarse con una parte muy importante de la historia de Andalucía. Esta costa muy pegada a su playa conserva los restos de la que fue, a principios de nuestra era, un próspera ciudad romana: Baelo Claudia. Formaba parte de una figura geométrica definida por las ciudades de Hispalis, Baelo Claudia, Carteia y Gades

Baelo Claudia surgió en torno a una primitiva factoría fenicia de salazón del atún. Casi confundida con la arena de su playa se mantienen ajenos al tiempo transcurrido las pilas donde era conservado el atún capturado en la misma playa. De su elaboración se extraía el famoso “garum” especie de salsa muy cara y apreciada en la ciudad de Roma, el equivalente al caviar de nuestros días.



En torno a la factoría surgió la ciudad de la que se conserva en lo poco excavado hasta ahora, un treinta por ciento, parte de su teatro, los basamentos de los templos de la Tríada Capitalina Júpiter, Juno y Minerva, restos del acueducto y el foro. En el centro de este último se encuentra una estatua de Trajano , réplica del original que se halló allí mismo.

Nada hay como observar la puesta de sol en esta playa, oir el rumor de las olas y contemplar la transparencia de sus aguas. No, no busque el visitante en esta playa chiringuitos a su orilla, paseos marítimos, megafonías y otras lindezas de la civilización, aquí no se viene a disfrutar de comodidades extras, no estamos en las playas de levante o del Mediterráneo. Este es un lugar que invita a la interrogación, a preguntarse quiénes somos, de dónde venimos y que hacemos aquí.

Nos pone en contacto con nuestra historia, con la evolución de nuestra sociedad, quizá la playa no sea la más limpia del litoral, no encontraremos a primera hora excavadoras filtrando la arena, podemos encontrarnos en cambio con aquellos que sin respeto por el medio ambiente tratan de ensuciar un patrimonio común ante la pasividad más que notoria del ayuntamiento de Tarifa, municipio al que pertenece.

La ciudad desapareció, se cree, por un terremoto y fue descubierta a principios del siglo XX por un arqueólogo francés.




Lo esencial de Baelo o Bolonia para aquellos que poseen de la suficiente sensibilidad para apreciarlo sea su quietud por eso, quizá la mejor hora para estar allí sea al amanecer o en el crepúsculo casi al anochecer, aprovechando que los veraneantes o no han llegado o por el contrario ya se han ido . Fantástica es la visión de una noche con luna llena y con la mar en calma. Si la noche es clara la proximidad de la costa africana, las luces de la ciudad de Tanger y el macizo de Beni-Meyimel serán nuestro referente hacia el sur.

Nuevamente el visitante observara en estas playas los vestigios del drama del sur, los restos del viaje desesperado de tantas y tantas personas que huyeron de una miseria económica que es en realidad nuestra propia miseria moral. Merced al viento restos de pateras se entierran en la arena sin que nadie haya movido un solo dedo para recogerlas. Quizá algún tiempo después, si la naturaleza las conserva, algún arqueólogo del futuro volverá a rememorar lo que fue el pasado de estas costas.

Punta Paloma es el fin de un litoral semivirgen dando paso a otro forma de entender la vida. Frente al sosiego y la esencia de que lo fuimos se alza ya una señal del futuro. Si hay viento, una inmensidad de cometas tornará el cielo en un espacio multicolor conjugándo el colorido de estos artilugios con un azul ya no tan puro.

Desde Punta Paloma y dejando a un lado la duna móvil más grande de Europa la ensenada de la playa de Valdevaqueros se ofrece como el paraíso del Kite-Surf. Un filósofo definiría este paso como aquél que va desde el estoicismo romano del vivir conforme a naturaleza a un hedonismo en el que el culto al cuerpo y a los placeres define una nueva costa: Tarifa y sus playas.

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