A raíz del resultado electoral de las pasadas elecciones europeas no son pocas las voces que en el seno del PSOE vienen insistiendo en una clara demanda: La necesidad de una amplia reflexión entre los socialistas que concluyera en una redefinición de la actuación del partido en las circunstancias nuevas a las que hay que hacer frente.
Resulta obvio que las resoluciones del último congreso, al igual que los contenidos del programa electoral, se han visto sobrepasadas por la enorme dimensión que la crisis económica actual tiene. Esas resoluciones y el programa electoral fueron realizadas ante un determinado cuadro económico que favorecía, conviene recordar esto, la aplicación de un programa mucho más cívico que económico.
Algunos dirán, y no les falta razón, que situar al partido ante una reformulación en profundidad de nuestras propuestas no sería conveniente porque evidenciaría en suma una situación de debilidad, no solo del actual equipo directivo del partido, sino que iría mucho más allá en su lectura pública; Sería la crisis de la dirección y también del socialismo democrático en general.
Este análisis que todo gobernante tiene nos colocaría ante “un seguir tirando” con lo que tenemos, a la espera de que los errores del Partido Popular, el miedo a la derecha o que el repunte del empleo nos pusiera en una mejor situación de cara a las próximas elecciones.
Pero la verdad es que por cada día que pasa la situación se complica más. A la preocupación por el deterioro económico se une la falta de un apoyo estable en el Congreso de los Diputados y también, cómo no, la tensión que origina el tripartito catalán y el PSC en el asunto de la financiación autonómica.
La moción de IU e IC sobre el marco impositivo y la marcha atrás del PSOE a instancia de Convergencia i Unió ofrece ante el electorado una muestra más de una imagen del gobierno similar a la de un barco sin rumbo.
La estrategia de la geometría variable diseñada tras las últimas elecciones generales ha fracasado, y a su fracaso ha contribuido el “salvase quien pueda” de los partidos minoritarios y nacionalistas, el rechazo de los partidos nacionalistas de centro por la reedición del tripartito en Cataluña en el caso de CiU, y el apoyo del Partido Popular a la candidatura de Patxi López en el País Vasco en lo referente al PNV.
En el artículo sobre los Socialistas Vascos me pronuncie de modo favorable en la inevitable, a mi juicio, investidura del candidato socialista. La situación en Euskadi hacía prioritario el cambio del gobierno allí.
Creo que es evidente que la tensión propiciada por la financiación autonómica está llevando al gobierno a un callejón sin fondo. De la “geometría variable”, concepto matemático, pasamos a la “cuadratura del círculo”. Zapatero no es matemático, es licenciado y profesor de derecho, pero sacar adelante el que Cataluña pueda estar por encima de la media en financiación, sin que otras comunidades autónomas estén por debajo de ella, me parece tarea harto imposible salvo que, esas comunidades sean compensadas mediante programas de inversión fuera del esquema general de financiación con la cual, el peor invento de la administración española; Las Diputaciones Provinciales, fuente de clientelismo y caciquismo, no solo se trasladará, como se ha trasladado ya a las Cajas de Ahorros sino al mismísimo Gobierno de la Nación.
Desde la periferia en la que me encuentro pienso que el principal problema que tiene el gobierno se llama tripartito catalán. También, que el otro problema, de igual envergadura en el ámbito del partido, se llama PSC. Sinceramente lo creo.
No pongo en cuestión el derecho de Cataluña para tener una financiación adecuada que mejore su bienestar y desarrollo pero en mi parecer, la falta de liderazgo observable en la dirección del PSOE y las dificultades que tiene cerca de los socialistas catalanes en tratar de convencerlos en la necesidad de seguir un cierto orden y un esquema básico de solidaridad con el resto de las comunidades autónomas, así como la posición de rehén en la que se encuentra Montilla y la dirección de los socialistas catalanes en relación con las otras fuerzas del tripartito, están llevando al PSOE a una clara confusión, que es extensible al conjunto de los ciudadanos.
Es inevitable ver al gobierno en el centro de la diana. Objeto de múltiples tensiones, las que nos originan las circunstancias de la crisis y lo que es más chocante, la generada por nosotros mismos; políticas inadecuadas, inmadurez de algunos dirigentes y miembros del gobierno, tensión territorial etc. y también del mismo modo es inevitable ver a Zapatero como un náufrago sometido a los vaivenes, de aquí para allá, de las olas.
Quizás no es momento de un congreso, de una convención o de unas jornadas, pero sí es el momento, como ya están haciendo antiguos dirigentes del partido de decir tanto en público como en privado las cosas que deben de cambiar si no queremos ser flor de un día.
Es posible que la legendaria suerte que se le atribuye al presidente del gobierno esta vez no salve a la izquierda.
Después ya se sabe, pérdida del poder, cambio de líder, ¿cambio de política? Tal vez. Vuelta a empezar, vuelta a la paulatina pérdida de libertades y de la igualdad que conlleva siempre el giro a la derecha en este país.
Que alguien hable con Zapatero, que alguien le baje del burro de creerse en la verdad absoluta, que los que en privado piensan y dicen una cosa tengan la valentía, a riesgo incluso de perder la posición que en el gobierno o en el partido ahora tienen, de impulsar un debate en el conjunto de la organización sobre el momento y sobre las políticas que hay que cambiar.
El camino más corto hacia el precipicio es, como casi siempre, la sumisión y la “obediencia debida” concepto este que la mayoría de las veces suele enmascararse en el ámbito del partido con el de “disciplina”.
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