lunes, 21 de junio de 2010

Del partido a la facción.





De que estamos irremediablemente abocados a un deterioro general de la democracia no hay duda. De que parte de esos ataques viene por la vía de las corporaciones y el dinero tampoco es de olvidar. La democracia tal como la hemos conocido hasta ahora va camino de los libros y de los tratados políticos como algo a estudiar en el futuro.

Soy de los que piensan que estamos sufriendo un notable retroceso en las formas y los contenidos en los países considerados democráticos. Quizás la época mas florida del quehacer democrático haya que situarla en ese período comprendido entre Mayo del 68 y el alumbramiento del nuevo milenio. A partir de aquí, son inquietantes las muestras que por todos los lados se nos ofrecen. Incluso nuevas formas de asociaciones políticas supranacionales como la Unión Europea han devenido en ser instrumentos políticos de burocracias no elegidas por el pueblo que imponen en función del poder otorgado políticas a sus asociados. El pretendido gobierno económico europeo defendido con ardor por algunos socialistas no deja de ser una imposición no democrática a lo que los representantes del pueblo hayan decidido.

Los teóricos de la democracia y del parlamentarismo dejan claro que al principio fue la facción y que la democratización interna y la ordenación de los intereses, el tránsito de lo individual a lo colectivo dio origen al partido. Hoy, no solo en el mundo no democrático si no también en el democrático vivimos el camino de la involución, bajo formas aparentemente democráticas retrocedemos a una especie de monarquismo que ampara los intereses individuales o de grupo. No se elige en función del mérito sino de la continuidad del grupo en el partido.

La gente sigue la senda, bien sea por el pesto, el pasto, por la ignorancia o por el “A mi que más me dá”.

Eso se traduce en que aquellos que no pueden continuar en función de la limitación de mandatos o por el desgaste personal continúan gobernando por poder vicario. En Colombia triunfa el partido de la U de Uribe, en Argentina la K de Kirchner, en Polonia la K de Kacsynski, En Estados Unidos la B de Bush, la C de Clinton. Si nos vamos a las dictaduras tenemos la C de Castro en Cuba o la K, nuevamente la K, de Corea del Norte de los Kim.

Eso podría ser el sector dinástico pero tenemos aún más, el Putin que pone a su amigo y gobierna, las designaciones de Oscar Arias en Costa Rica o de Lula en Brasil y así podríamos seguir. Las tendencias están marcadas y precisan en algunos lados de la “mano fuerte” y en otros lugares, se vale de lo fácil que resulta convencer al poco exigente rebaño partidario.

Luego está lo otro, el modo de convencer al rebaño. Asisto, no con estupor, pero si con una mezcla de desprecio y resignación a los espectáculos mitineros que de modo puntual nos ofrecen los telediarios del fin de semana de los dos grandes partidos. Es difícil que pueda hacer oídos sordos a lo banal de los argumentos allí expresados, porque es que aunque no quieras, las entonaciones a deshora, las voces aflautadas ¿no han reparado ustedes en la pérdida de calidad de los discursos, en la falta de rotundidad por la deficiente oratoria?, los estribillos y el infantilismo derrochado hace que la vista y la escucha quede fija, adherida a esos oradores que con fondo azul o blanco sonríen, se agrupan, alzan los brazos y aplauden mientras debajo de ellos un mar de banderillas se agitan cuando el animador del acto, nunca visible a este lado de la pantalla, agita los brazos. Con su pan se lo coman.

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