domingo, 28 de febrero de 2010

El suicidio de los líderes


Guardo un reflejo borroso de una película que vi hace muchísimos años. Creo recordar, puede que me equivoque, que era Las minas del Rey Salomón de 1950, interpretada por Stewart Granger y Deborah Kerr. En ella, los protagonistas se encuentran en un momento dado, con una enorme manada de elefantes que siguiendo una determinada senda trataban de buscar su ultima morada: El cementerio de los elefante; El lugar donde cientos, miles de elefantes, con su riqueza en marfil aguardaban a quienes tuviesen la valentía de encontrarlos.

Ese inexorable, en la película, destino de los elefantes es el que a mi juicio ha asistido a todos los presidentes del Gobierno de España. Hay un extraño designio, el “Sindrome de la Moncloa”. No hay pruebas ni sólidos estudios procedentes de psiquiatras que avalen la existencia de una patología con ese nombre, pero si es cierto en cambio. Algunos politólogos nos han remitido a la existencia de una suerte de variante del mesianismo con el que se han manifestado los presidentes desde Suárez, exceptuando a Calvo Sotelo, hasta Rodríguez Zapatero y que casi siempre, suele tener su período más álgido durante en el segundo mandato.

Suárez, al que la situación en su partido y en España le asfixiaba, estaba obsesionado con mediar en el conflicto árabe-israelí y aconsejaba o trataba de aconsejar a Carter sobre posibles vías de solución. En los últimos periodos de su mandato se refugiaba entre los mas fieles y solo oía a estos que le trasladaban como si un eco se tratase los mismos consejos que a su vez, habían oído del líder. Lo de Felipe es archiconocido. En sus últimos tiempos era el círculo de La Bodeguilla y la obsesión por America Latina lo único cercano y querido. Eduardo Sotillos que fue portavoz del gobierno González durante un tiempo comentó algunos años después: “Cuando uno lleva muchos años en el poder, se pierde el contacto con los amigos y con la realidad. Se forman burocracias y camarillas de fieles que son incapaces de llevar la contraria al presidente, le hacen la pelota y provocan que el líder piense que siempre lleva razón”. González acabó pensando solo en el exterior, su descuido hacia el partido y la administración hizo que se incubasen desviaciones y corruptelas que sumadas a la crisis económica del 94 acabo con la mayoría del PSOE.

Con Aznar sucedió algo similar, su reino en los últimos tiempos, no era de este mundo, el soñaba con los Estados Unidos, quería ser el hombre del imperio en Europa y todo lo subordinó a esa grandeza que creía que había alcanzado. Su círculo íntimo en los últimos tiempos lo constituían poetas, artistas y escritores que constantemente le adulaban. Despreciaba a la prensa, incluso a la más cercana, y consideraba a todos en su partido muy inferiores a él. No precisaba de consejos de ningún tipo, ni en política económica, medioambiental (Prestige) ni exterior. La consecuencia de la caída de su partido, su suicidio particular, fue ese sueño de verse entre los grandes y de pasar a la historia que fue la guerra de Irak. Su reino no era de este mundo (España y sus miserias), el se veía llamado a mas altos destinos. Algunos de sus ministros llegaron a decir en privado que Aznar había entrado en un enmarañamiento de desatinos.

Alberto Reig-Tapia catedrático de Ciencia Política de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona calificó el llamado Síndrome de La Moncloa como un estado de ánimo y posterior acción influido por el mesianismo. “Con el tiempo, los presidentes se rodean de personas que no dicen la verdad, les engañan para no caer en desgracia. Eso crea un círculo vicioso que respalda las opiniones y los errores del líder».

“No nos defraude” le gritaron a Zapatero en la noche electoral. Nada hay que nos indique que Zapatero no sigue la misma senda que anteriores presidentes, como ellos, siguen la inevitable ruta hacia su tumba política. Su segunda legislatura marcó un punto de no retorno. Sus apoyos del principio han sido, uno tras otro, relevados. Sus apetencias se dirigen como en todos los anteriores, desde la formulación de un proyecto que deje su impronta para la historia que solo ha sido seguido en el otro extremo del Mediterráneo; La Alianza de las Civilizaciones. A esto une la obsesión patológica por la mirada y el cariño de los americanos y ahora, con ocasión de la presidencia europea, en la situación por tanto tiempo esperada se ha visto zarandeado, despertado del sueño acariciado. Es esta duermevela en la que habita la causante de sus indecisiones, descoordinaciones y cambios erráticos.

Aquél proyecto colectivo del pasado se limita hoy a un pequeño grupo conformado por María Teresa Fernández de la Vega, Alfredo Pérez Rubalcaba, José Blanco, el director del Gabinete de la Presidencia, José Enrique Serrano; el secretario general de la Presidencia, Bernardino León, y el responsable de su Oficina Económica, Javier Vallés al que ocasionalmente se unen Pajín y Chacón en la toma de decisiones.

Javier Ortiz, el periodista de Público fallecido tempranamente dejó escrito sobre los últimos años de Aznar lo siguiente:

“Volvemos a toparnos con el ya viejo síndrome de La Moncloa.

No es una enfermedad que surja por generación espontánea. Se incuba en el enrarecido ambiente de ese palacio. Si todo lo que dice el patrón va a misa, si sus deseos son órdenes, si sus reflexiones son axiomas, si sus gustos son el gusto y sus
gracias inevitablemente desternillantes, si es el que mejor juega al mus, al billar o al pádel... y si es eso lo que ve durante años, y nunca otra cosa, exceptuado el torpe griterío del rencor extra muros... entonces el endiosamiento tiene vía libre.
La situación no es todavía del dominio público pero, de seguir las cosas así, no tardará en serlo. El equipo gubernamental integra un Gobierno, sin duda, pero ya no es un equipo. El jefe no marca directrices: se limita a dar órdenes. Y su ejemplo es contagioso: cada vez son más los que recurren al ordeno y mando, al porque sí y al déjate de bobadas y hazlo”.

En el suicidio de los líderes la cruda realidad consiste en que ellos en realidad no se suicidan, no se matan, es la ilusión de otros muchos, la de los que les apoyaron, las de los que confiaron en ellos, son en definitiva las que suelen matar.

En el lugar de las borracheras de José Bonaparte, de los amores de Cayetana de Alba y Goya debe habitar un extraño duende que aleja, que enajena a los líderes del sentimiento general. Es el lugar donde se pierden las elecciones porque como es sabido, nadie en la España democrática ha ganado nunca unas elecciones, siempre las han perdido los que estaban en el poder.

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