Mostrando entradas con la etiqueta Relatos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Relatos. Mostrar todas las entradas

domingo, 15 de mayo de 2011

¿Un choricito, Majestad? Retrato de una transición.






El jueves pasado Manuel Vicent visitó la feria del libro de Salamanca. Una nueva edición en la que los organizadores echaron el resto. No sé cómo habrán ido las ventas porque al final se trata de eso, de vender, en un contexto de crisis que para nada invita a gastar y mucho menos en cultura.

Aguirre el Magnífico es el último libro de Manuel Vicent. El autor vino a presentarlo y no defraudó ante una sala repleta. En Salamanca hay un bello palacio renacentista, el de Monterrey, propiedad de la Casa de Alba. El duque venía siempre en invierno, de ahí la expectación y el morbo que había en esta pequeña ciudad para saber de algunas interioridades del siempre distante Jesús Aguirre.

Que yo conozca, cuando venía a Salamanca solo se trataba con Jesús Málaga alcalde socialista de la ciudad, el presidente de la caja de ahorros y algún que otro ilustre. De aquella época recuerdo una visita de Jesús Aguirre a la Casa del Pueblo de la UGT y el PSOE acompañado de Málaga, el que solo sabía de la existencia de la clase obrera por lo leído. Visto y no visto, aparecieron ambos dos enfundados en sendas capas castellanas en una noche de Diciembre, como he mencionado antes el duque casi siempre venía en invierno, recorrieron a todo trapo la sede, no hablaron con nadie, aún nos preguntamos el para qué y por qué vinieron y con la misma salieron como llegaron. Dos minutos en total. Cosas de la gente distinguida.

Nunca he ocultado mi admiración por la obra de Manuel Vicent al que sigo con un vaso de café en la mano casi de modo ritual todos los domingos por la mañana. Tengo casi todos sus libros y es para mí uno de los pocos hombres de la cultura - el otro me lo guardaré para no herir suceptibilidades - que canta los tres cuartos a esta España de chorizo, jumilla y banderillas.

Mientras hablaba el escritor nos llegaba de la calle el estridente sonido de un megáfono que recordaba a cuantos allí estábamos que en marcha hay una campaña electoral . Confesaba el autor que cuando escribió este libro había tanto ruido de chiquillería en su casa de Denia que le costaba concentrarse. Se autoengañaba diciendo que eran cantos de golondrina. Lo mismo pienso ahora del ruido electoral que de la calle llega.

Memorable la anécdota que cuenta de cuando fue presentado por el propio Aguirre a Juan Carlos con la ocasión de la entrega del premio Cervantes a Torrente Ballester. El poder secular en esta España, los Borbones y los Alba unidos en la degustación de un pincho de chorizo de Cantimpalos en ese 23 de Abril de 1986, un choricillo que dejó en ambos un reguero de grasilla en la barbilla.

- ¿Un choricito? Majestad. Decía una azafata vestida de alcarreña.
- ¡Hombre, un chorizo!¡Venga, a por él!. Contestó el monarca.
- Y tú qué ¿no te animas?. Se dirigió el rey con el asentimiento de Aguirre cuando el escritor se excusó por no comerlo.
- No sabes lo que te pierdes, dijo el Rey cuando pudo hablar por fin tras engullir el taco de chorizo.

Vicent trata en su libro de reflejar la transición y el presente con todas sus miserias, parte fundamental de esa miseria son los personajes sobre la que fue construida. La cultura del pelotazo social como paso previo para llegar al otro.

Trepar ha sido la obsesion de este pueblo. A falta de América y Flandes que llevarnos al morral hoy, como hace cuatrocientos años, seguimos necesitados de hacer las Américas de un modo rápido. La política nos brinda un campo de juego inmejorable para ello. No hace falta ser un número uno, al contrario, eso es precisamente lo que puede impedirlo. Un buen timbre de voz, unos padrinos adecuados, y dar la razón a quien tiene el poder es el mejor medio. Seguimos siendo la España de la grasilla.

Que no nos engañen, ese retrato de los grandes hombres de la progresía (Solanas, Bustelos, Tamames, Pradera, Auger, Sartorius, Maravall, Peces Barba, Moran... confesándose con el cura Aguirre mientras ejercía su apostolado en la Universitaria profundiza en el entramado montado. Carandell, nos dice Vicent, le dijo una vez: Todos esos se confesaron mas de una vez con Aguirre. Señalaba a toda la bancada socialista.

Tampoco ayuda la escena de lo más granado de la intelectualidad española de la generación del 36 arrodillada en la casa de Torrente Ballester tomando la comunión de manos del ex cura Aguirre con un copón que fue encontrado de modo sorpresivo bajo de la cama del hijo del escritor de Los Gozos y las Sombras en su casa de la Avenida de los Toreros en Madrid. El recorrido de la longitud de las patillas de Felipe González, inverso a su ascenso social. La salida de la clandestinidad del patilludo Isidoro tras la entrevista con Jesús.

Todos ellos reflejan como pocos la especial idiosincrasia del ser español.
El estoico-epicúreo-cínico-hedonista Manuel Vicent lo describió con gran lujo de detalles en su conferencia. Conocer nuestro presente e inmediato pasado, desvestir el glamour con el que hemos reconstruido nuestra historia. No es cosa de caspa, es cosa de grasa.

En mi caja calva resuenan, mientras veo a Toxo y Méndez hablar por la tele no sé bien de que, las palabras de Sam Pitroda alma del desarrollo tecnólogo indio que nos dice: “Un licenciado no debe de buscar trabajo ha de crearlo” Tiene razón, pero eso exige mucho esfuerzo creativo, es mejor hacer oposiciones para lo que sea, cuesta, pero siempre puede uno encontrar la vía o hacer méritos para que otros te la indiquen. En esta España todos sabemos bastante de eso.

El FMI alerta; “España está haciendo bien sus deberes frente a la crisis, pero una generación entera de españoles puede perderse al no encontrar empleo” Lo pagaremos, sin duda lo pagaremos, coincide esto con la visión de un programa de Callejeros de Cuatro sobre droga y juventud que pone los pelos de punta.

Pagaremos tanta corrupción como nos invade. Una corrupción que es mas profunda que el simple choriceo aunque sea de millones de euros. Pagaremos la ineptitud de los unos y de los otros. Pagaremos nuestra cobardía, falta de compromiso propio y la servidumbre de la que hacemos gala en nuestro afán por trepar.

Mientras, ahí fuera, sigue sonando el megáfono ¿De verdad se enteran mucho de los fieles de que va todo esto? Lo dudo.

Leer más...

domingo, 20 de junio de 2010

¡Ay! León, León… el nombre te trague




Sara gritaba con una zapatilla en la mano y corría amenazante tras León mientras este unas veces escaleras arriba hacia mi casa, y otras escalera abajo hacia la calle, trataba de evadir el castigo. León era mi amigo, pasé con él mis dos últimos veranos en Tánger.

Vivíamos en una casa de vecinos cerca de la medina al lado de la calle Ibn Batouta. Esos veranos nos calzábamos las sandalias y descendíamos la larga calle, pasábamos por el gran almacén francés, Monoprix se llamaba, y tras cruzar la Plaza de España nos acercábamos al puerto o, siguiendo el gran paseo, íbamos hasta la playa. Muchas tardes nos entreteníamos viendo una modalidad de pesca que años mas tarde pude contemplarla nuevamente en Nazaré (Portugal). Un bote de remos con una red de arrastre se adentraba unos doscientos o trescientos metros en la bahía y mientras mantenía un cabo en la playa, realizaba un semicírculo en el agua al tiempo que calaban la red llegando de nuevo a la playa con el otro extremo. Una vez allí, una serie de hombres halaban de los dos extremos hasta que el saco de la red llegaba a la orilla. Allí sobre la misma arena volcaban el contenido multicolor arrancado a la bahía.

León que tenía una edad similar a la mía, doce y trece años, era el menor de la familia, su cuñado casado con la hermana mayor de mi amigo residía en la misma casa. Daniel debería de tener por aquel entonces casi treinta años y era un gran aficionado a la pesca. Algunas noches vispera de festivo se preparaba un cebo muy especial que consistía en unas pequeñas esferas realizadas con queso de bola rallado mezclada con pan. Al día siguiente, de mañana, cogíamos un bote en el puerto y salíamos a pescar un poco más allá de los muelles. Con este cebo se pescaban lisas, llamadas en otros lugares mubles o múgil. A la familia de León le gustaban las lisas de la bahía tangerina al igual que los sábalos. León y su familia eran judíos.

Los sefarditas tras su expulsión de España por los Reyes Católicos viajaron hacia la Europa occidental, norte de África y el Mediterráneo. Conservaron la lengua de sus antepasados. Aunque dominaban bien el castellano, entre ellos, hablaban una mezcla de yiddish procedente de la práctica religiosa, el dialecto árabe del norte de Marruecos, ininteligible para los marroquíes del sur, y el judeo-español. Esta mezcla conformaba una lengua llamada haquetía. Eran mis amigos y eran los amigos de mi familia, vivimos parte de sus celebraciones religiosas, y ellos vivían las nuestras y ambos vivíamos muchas de las fiestas musulmanas claro está que me refiero no a las celebraciones litúrgicas si no lo que era propiamente fiesta. Las cosas se complicaron bastante con el conflicto entre árabes y judíos en el Oriente Medio y ello, acabó salpicando a las relaciones en el norte de África. Muchos de ellos salieron hacia Israel, Palestina, la llamaban, en 1961 y nosotros hacia España en 1962 por algo parecido; Los sucesos de Ifni. No éramos tan diferentes.

Desde entonces guardo un recuerdo especial hacia los sefarditas con los que conviví.
Ese recuerdo no lo ha logrado empañar la política del gobierno de Israel y su terrorismo de estado. Siempre he defendido la doble existencia y el mutuo reconocimiento; La del Estado de Israel y la de un Estado Palestino que tome como referencia las fronteras de antes de 1967.

La sociedad israelita está sometida a fuertes tensiones; Entre los israelitas árabes, muy pocos, los sefarditas y mizrahi aglutinados en torno al Shas, y los askenazis procedentes de Europa y de las colonias judías en los Estados Unidos. De este grupo forman parte los haradíes o ultraortodoxos. Los sefarditas tradicionalmente votaron en su mayoría al laborismo hasta que la discriminación y la explotación de los askenazis les impulsó a la mayoría hacia la constitución de un partido “étnico y religioso” el Shas. Los askenazis se han alineado tradicionalmente con el Likud, con los laboristas y también, con los partidos ultrarreligiosos.

Israel es una sociedad fragmentada hasta tal punto, que alguien me contó una vez que solo se mantienen unidos frente al común enemigo. Si hubiese una posibilidad de tener un largo período de paz no tardarían mucho en tener gravísimos conflictos entre las diversas comunidades en las que el papel de los rabinos es fundamental. Saramago declaro, lo he leído, “Mientras la humanidad alimente y sustente las religiones no saldremos del lastre de todos los días” razón tenía el escritor portugués. Son los predicadores del más allá en las tres grandes religiones monoteístas los que han contribuido a sembrar con sangre la tierra durante tantos años.

Este jueves los judíos haradíes se han manifestado en Jerusalén y en la ciudad cercana a Tel Aviv de Bnei Brak. El motivo era la de oponerse a una disposición de la corte suprema en la que se obligaba a acudir conjuntamente a niños askenazis-haradíes con niños sefardíes a una misma escuela. Su argumento: La ley de la Torá está por encima de la ley civil.

Es difícil llegar a un acuerdo entre árabes e israelitas, las posiciones están muy enquistadas, pero de llegar a un acuerdo solo lo sería en la medida en el que una serie de fuerzas como el Partido Laborista y los sefarditas integrados en el Shas, actualmente en coalición con Nethanyahu, tuviesen mas poder en Israel. Tradicionalmente el Shas ha sido partidario del acuerdo con los árabes, al igual que los laboristas, y claro está siempre que se cumplieran una serie de premisas en relación con la seguridad de las fronteras. El Shas que ha conseguido articular la comunidad sefardí en una sociedad en la que sufrió marginación desde que comenzaron a llegar a Israel tienen, por herencia, convivencia e historia, una especial vinculación con el mundo árabe. La ANP es consciente de que esa es la vía. Es lo único que puede derrotar a los halcones Nethanyahu, Lieberman y otros que alimentan por motivos internos la política de asentamientos y ocupación del territorio palestino. Como siempre a lo largo de la historia las soluciones están en ese cauce central donde el agua no se pierde en los recovecos y la basura que anida en las orillas extremas.

Foto: Sinagoga de Nahon en Tánger.

Leer más...

miércoles, 25 de noviembre de 2009

El viejo velero



Se que esto no es lo habitual, cuando empecé en esto de los blogs, la recomendación que me hizo mi hijo mayor, me conoce bien, fue que los post han de ser casi telegráficos, la gente no tiene tiempo para leer ladrillos. Yo procuro sintetizar pero no soy capaz de sacar artículos o comentarios cortos

Con este me he pasado. Primero, porque lo mío no es la literatura y segundo porque es larguísimo, pero necesitaba escribir algo así y como mi editor me ha rechazado el relato… pues lo cuelgo aquí. Al que tenga la voluntad de leerlo le pido que sea benévolo en esta incursión en lo no estrictamente político… ¿O sí? Y que disculpe el tono narrativo. Sentía la necesidad y lo he hecho. (Después de dar a leer esta entrada a mi mujer me dice textualmente: “Eres pesado hasta para decir que eres pesado” )
ooo-------------------------ooo

Siempre le habían gustado los barcos, por eso cuando alcanzó la edad en la que se podía embarcar eligió aquél. No era un navío cualquiera, era un velero grandioso no solo por lo magnífico que era si no también por su historia.

Su constructor y primer capitán, hace ya más de cien años de aquello, nos observaba con el aspecto de abuelo bonachón de los cuentos en cada uno de los retratos repartidos por compartimentos y cámaras Con su poblada barba blanca y casi siempre tocado con una gorra de visera de la época, era casi venerado por la tripulación. No era el barco, no era su constructor y primer capitán, era su habitual carga, y a quien iba destinada, lo que a él realmente le entusiasmaba e hizo que se enrolara

El velero, estuvo todos esos años en servicio, salvo una larga pausa, en el que la autoridad portuaria del momento lo confinó en el puerto, impidiéndole zarpar. De aquella, parte de la tripulación desapareció y otra emigró hacia tierras lejanas al final de esa última singladura. Quedaron unos pocos marineros rondando por el puerto que, aún a riesgo de sus vidas, siguieron manteniendo la esperanza de que algún día el navío pudiera de nuevo surcar el mar y hacer la travesía acostumbrada.

Con la vuelta a la normalidad él, como otros, entró en el barco de grumete. Treinta y tres años le separaban ahora de ese día. Rápidamente, y dada la escasa dotación en aquél tiempo, ascendió a jefe de sección de un grupo de estibadores que se ocupaban de ordenar y vigilar la carga en sus bodegas. Durante una breve época tuvo la oportunidad, incluso, de cumplir su trabajo en cubierta, en contacto con el agua y el viento tratando de oírlos. Esta responsabilidad era reservada a unos pocos, pero llegar a ella, suponía todo un honor.

Navegaban con regularidad, siempre por la misma ruta, la que seguían otros barcos con los que se establecía una singular competición por el quién llegaba antes a puerto. Al estilo de las clásicas carreras del té en la que los veleros del siglo XIX pugnaban por llegar antes a puerto que los competidores.

Unas veces ganaron y otras, quedaron por detrás de los demás barcos. En esa vuelta a la normalidad y a la navegación sin mayores problemas las cosas fueron bien, una tripulación experimentada, forjada en la navegación costera sumada a una oficialidad entusiasta y comprometida hicieron posible que casi de la nada, tras la gran parada en el puerto, el navío pudiera codearse con barcos que con muchos más medios y recursos a su alcance, solían realizar el mismo viaje.

Este buque, como otros, dependía de la destreza de los profesionales, pero el fundamento último de la buena o la mala singladura residía en el agua y el viento, de ellos dependía el impulso o el freno en la navegación. Fenómenos que se anhelaban y al mismo tiempo se temían. Por ello, calafates y maestros veleros debían de ser personas íntegras y con un altísimo sentido del deber.

En realidad, llegar a puerto suponía que ellos, personas de menor rango que la oficialidad deberían de realizar, como otros, un buen trabajo.

En uno de esos viajes, a inicios de los años noventa, los fuertes vientos y las mareas hicieron que el barco llegara a puerto tras su principal competidor. Cierto es, que las condiciones meteorológicas no eran las adecuadas, pero también lo era que en aquella ocasión algunos de esos profesionales mencionados anteriormente habían descuidado su labor, ya que dejaron que en las juntas del maderamen del casco y en sus velas afloraran las grietas que lastraron al buque haciendo que a medida que avanzaban en la singladura, se mostrara lento y pesado. Cuestión extraña esta, porque sabíamos del sumo cuidado con el que el capitán y el segundo seleccionaban a estos reputados profesionales.


La travesía fue dura. Marineros y miembros de la oficialidad, subían a las jarcias y bajaban a la sentina, en unos casos, para reparar el velamen y en otros, para achicar el agua y tratar de reparar las grietas. No pocas veces, los marineros con el agua por la cintura trataban de taponar las grietas por la que el mar penetraba con ímpetu salvaje hiriendo con más saña la estructura del centenario. El buque era un constante trajín donde las iniciativas y comentarios sobre como solucionar el problema formaban parte también del quehacer de todos.

A pesar de todo, aquella carrera se perdió, un barco maltrecho y desarbolado llegó a puerto. Todos sabían que no solo se había perdido aquella carrera, quizá también se habían puesto los cimientos para perder la siguiente. Sin duda, costaría bastante reparar los daños que los elementos, la poca atención y el deficiente cuidado de la oficialidad, más la negligente selección de algunos profesionales, habían ocasionado a aquella ilusión colectiva. Tras ello, el capitán y parte de la oficialidad abandonaron el puente de mando. Muchos otros, presagiando que se acercaba un largo período en el que seguramente no ganarían carreras, buscaron empleo en otras actividades.

Años después, con nuevos oficiales y una tripulación mucho más joven, el barco estaba ya dispuesto para ganar nuevas carreras. Ya no eran las personas que habían forjado su saber en la dura vida de los astilleros y atarazanas. Ahora, la mayoría procedían de universidades y escuelas de ingeniería. Estaban más preparados pero, a decir de los viejos marineros, esa especialización robaba parte del alma de lo que eran los códigos de la vieja marinería, la que impulso al constructor y a sus primeros navegantes. Los tiempos habían cambiado y eso, no era ni mejor ni peor, era, simplemente distinto.

El próximo viaje estaba a punto de iniciarse. Todo estaba preparado y los barcos iniciaron la tradicional travesía, los vientos fueron propicios y a bordo las tareas eran cumplidas con precisión por oficiales y marineros. La nueva oficialidad, joven, pero con experiencia, no perdió en ningún momento la silueta del otro navío. Cerca ya del puerto y en una maniobra descabellada del favorito en relación con el viento y las corrientes observaron como el barco era zarandeado. Al final, en una de esas, perdió el timón y eso, no hizo otra cosa que reafirmar a todos los tripulantes del centenario que allí, y en ese momento, se había acabado la carrera del competidor.

Más tarde se supo que fue el capitán el que tomo la decisión, y que, aunque muchos de sus oficiales no estaban de acuerdo con ella, fueron incapaces de contravenirle. Ni siquiera le hicieron saber hacer las dificultades por las que seguramente iban a pasar. Fue el triunfo de la soberbia, de la autosuficiencia y del engaño a los que, sin duda, eran más fuertes que el barco y la oficialidad; Los jueces supremos que dictaban la ley del mar: El agua y el viento.

Sorpresivamente y cuando nadie lo esperaba, el centenario barco ganó esa carrera, en gran parte debido a los errores del competidor.

Esa vez sí, se arribó antes a puerto y el alborozo vivido por toda la tripulación sepultó los malos recuerdos.

Se abría por fin un nuevo horizonte y había que preparar el siguiente viaje. La experiencia había mostrado que no había un uno sin dos. La segunda carrera también fue ganada el velero consiguieron abrir nuevos cauces, ampliar el sentido de la navegación y embarcar la carga que muchas personas esperaban ilusionadas de los viajes.

Sin embargo, como casi siempre que las cosas suelen ir bien, se percibía como la autocomplacencia en las rutas y los métodos que seguían se instalaba no solo en el puente de mando si no que también, y de modo progresivo, inundaba todos los estamentos. La oficialidad, henchida de satisfacción, postulaba nuevas metas, acometían maniobras arriesgadas mientras, en parte de la marinería, anidaba una mala sensación; El trabajo había variado y se dejaban de hacer toda una serie de rutinas que eran vitales para la buena marcha de la navegación.

Solía bajar con frecuencia a la sentina, recordaba claramente como se gestó el último fracaso. Allí, con otros marineros, algunas mañanas tras una noche en la que los embates del mar contra el casco habían sido muy fuertes, se desnudaba y sumergía en el agua retenida en la sentina, tratando de localizar las grietas que el agua enfurecida había abierto en el casco. Observaba como las bombas de achique no daban abasto y como el nivel subía de un día para otro.


A veces, cuando en el horizonte y por la banda de estribor se divisaba la silueta del competidor, el contramaestre llamaba a la tripulación para que colgados de las escalas y asomados a la borda, lanzaran maldiciones e improperios a la tripulación del otro barco. Al mismo tiempo, la oficialidad se vestía con sus mejores galas y arengaba a los marineros para que no bajaran la guardia en ese ejercicio de impresionar tanto a los elementos como al barco contrario. Conocía esa liturgia, la había realizado en otros tiempos. Más de una vez se había subido al bao, como muchos otros, y agarrado a una de los obenques que unía el mástil con la mesa de guarnición también se unía al griterío.

Luego, mas tarde, con el tiempo, llegó a convencerse que con ese tipo de manifestaciones ni las grietas se cerraban ni tampoco posibilitaba que el barco avanzara con mayor alegría.

Las normas internas se habían extremado. Lo habitual era que cualquier anomalía que se detectara debería ser comunicada al mando a través de los cauces reglamentarios pero en esa borrachera de éxito y autosuficiencia nadie de los cuadros intermedios quería ser portador de malas noticias y, muchísimo menos, sugerir los arreglos necesarios si con ello se contrariaba al capitán y la oficialidad. Esto solo podía hacerse en las reuniones habilitadas para ese fin, normalmente una dos al año. Algunos de los oficiales que hicieron el primer viaje con el nuevo capitán, aunque seguían en el barco, abandonaron sus tareas,. Otros se precipitaron en un silencio desconfiado hacia todos.

El piloto sabedor de las continuas visitas de algunos marineros a la sentina dictó nuevas normas en las que se prohibía cualquier comentario que discutiese el rumbo y las rutinas emanadas del puente.

Desde entonces, cada mañana oteaba el horizonte, fijaba su mirada en aquel navío que avanzaba hacia el puerto de destino por la banda de estribor, se unía al coro cuando era convocado a cubierta para gritar pero de su garganta no salía ni el más tenue de los susurros. Pensaba en aquél viaje de primero de los noventa, revivía el agua helada de la sentina en su cuerpo, miraba las velas gastadas por tantas singladuras y recordaba a todos los tripulantes que desde su botadura habían pasado por el barco. Una especie de nostalgia le invadía mientras una lluvia salada resbalaba por sus arrugas.

Leer más...