lunes, 26 de octubre de 2009

Socialdemocracia, vigencia y futuro



Ayer domingo, El País publicó un extenso artículo del filósofo y periodista Paolo Flores D´Arcais. Me sorprendió la difusión, la página escogida, la cotizadísima para cualquiera que quiera publicar en ese periódico página cuarta, y el porqué decidió el consejo de redacción publicar un artículo sobre “La traición de la socialdemocracia”.

Paolo Flores es editor de la revista MicroMega publicación de centroizquierda, defensora de la socialdemocracia y la laicidad. Bastión contra el gobierno Berlusconi, y contra los excesos de la Iglesia Católica. Paolo se inspira, al igual que el titular de este blog, en Albert Camús y en su pensamiento humanista, de progreso y libertad. Libertad por encima de todo. Siempre libertad.


El artículo menciona aspectos de la actualidad política, la izquierda y el alejamiento de los partidos de su base y de la ciudadanía. El lector asiduo de este blog coincidirá conmigo que en él estas cuestiones son tratadas de modo constante a través de los muchos artículos publicados.

Ha sido evidente la traición de la socialdemocracia en los años transcurridos desde el derribo del muro de Berlín. Diríamos más, incluso desde mediados de los años ochenta.


Si durante todo el tiempo de la guerra fría los partidos socialdemócratas y los sindicatos contribuyeron al sostenimiento del sistema capitalista haciéndolo mas justo, corrigiendo sus excesos, ampliando las libertades de todos, sosteniendo un sector público compensador de los excesos del privado, ha sido en los últimos veinte años cuando todos los gobiernos socialdemócratas en el poder abandonaron, con la aquiescencia de sus miembros los principios, sumándose a la orgía neoliberal de los noventa y del nuevo milenio. Dieron por finiquitada la opción socialdemócrata, buscaron su inspiración en políticas maquilladoras de la realidad, redefinieron la izquierda exclusivamente como profundización de la igualdad y se sumaron al festín.

Las miserias presentes, la pérdida de poder de las ideas y las practicas de izquierda son por lo tanto atribuible a esa dejación de funciones como bien señala Paolo Flores.

Su alegato no se queda ahí, denuncia igualmente la devaluación del “partido de izquierda”. Retoma a Michels, Weber, Ostrogorski, Duverger y Sartori y a todos aquellos que han señalado a lo largo del siglo pasado como uno de los obstáculos para la regeneración de la izquierda ha sido precisamente el modo de funcionamiento de los partidos.

Se detiene con singular precisión en este aspecto: “La unidad de la izquierda de Miterrand se resolvió mediante compromisos entre los aparatos de partido, no en un acrecentamiento del poder efectivo de los ciudadanos.
Porque ésa es la cuestión que los análisis de la crisis de la socialdemocracia no suelen tener en cuenta. El carácter de aparato, de burocracia, de nomenclatura, de casta, que han ido adquiriendo cada vez más, incluso en la izquierda, quienes, por decirlo con palabras de Weber, “viven de la política” y de la política (y el sindicato, añado yo) han hecho su oficio. La transformación de la democracia parlamentaria en partidocracia, es decir, en partidos-máquina autorreferenciales y cada vez más parecidos entre sí, ha ido haciendo progresivamente vana la relación de representación entre diputados y ciudadanos. La política se está convirtiendo en una actividad privada, como cualquier otra actividad empresarial”

Hasta aquí la aportación de Flores D´Arcais al debate sobre la inexistencia de políticas de izquierda y la denuncia del partido de izquierda como casta.




El problema no solo es ese. El partido se instituye en oráculo. Le toca decir que es izquierda y que no lo es. Sirve la ración de “izquierda posible” en cada momento para el consumo de los ciudadanos, la mayoría de las veces, en interpretación unipersonal, la que corresponde al líder.

Se retuercen una y otra vez los argumentos en virtud de los cuales, hoy es de izquierda bajar los impuestos y mañana, es de izquierda el subirlos. Es ya aquí cuando el lenguaje, los significados y los símbolos quedan como instrumentos inservibles.

Se traza el umbral de lo incomprensible y a partir de ahí se trata a los ciudadanos como si fuésemos ignorantes. Creen que por el simple hecho de ser ciudadanos ajenos al culto y sus complicaciones, hemos de tragarnos lo que nos echen, sin capacidad alguna de discernimiento.

Hay quien piensa, aún, que el cambio es posible y que hay que propiciarlo en sus interiores. Es posible que así sea. No soy de los que piensan que los partidos y los sindicatos de izquierda no sirven a la izquierda porque ya no ejercen para lo que fueron diseñados. No me sitúo en ese extremo. Hay que seguir en ellos porque hay que cambiarlos, porque a la espera de la más que probable articulación de la gente de izquierda en los ámbitos que proporciona las nuevas tecnologías y las redes sociales, deben de servir, entretanto, para poner fin a un modo de hacer política y sindicalismo y alumbrar, incluso con los mismos nombres, lo nuevo.

Cuantas veces, las alternativas regeneradoras han caído en los mismos vicios que denunciaban. Una nueva alternativa regeneradora, para serla, no debería implicarse y llegar a la toma del poder en el seno de los partidos, sino que desde la independencia debiera ir formulando, explicitando el camino a seguir con el poder que da la comunicación al instante, las redes sociales y el ejercicio del voto. La ciudadanía organizada como lobby.

No se trata de sentarse en las sillas que otros han venido sentándose. No para hacer la misma política por eso, los renovadores que cíclicamente aparecen, enseguida se hacen viejos. Es el sufragio universal el que nos salva, mientras se precise de él no hay problema. Son las nuevas tecnologías el procedimiento.

El cambio es posible, de eso se trata.

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