viernes, 23 de abril de 2010

Entre el pasarse de frenada y el no llegar (reflexiones sobre el lenguaje político)



De qué hablan, qué dicen, ponemos la televisión y hoy le toca al ministro B y mañana le tocará al portavoz G. Da lo mismo. Ellos, todos, cuentan lo de siempre y con el mismo lenguaje. Los que están en el poder se han aficionado a un hablar pausado, monocorde, adormecedor, con un tonillo entre lastimero y fatalista. Porque siempre hay que atribuir al adversario una mala fe en su proceder, y ahora, a lo largo de toda esta legislatura hay que empeñarse en proyectar una imagen en el electorado sobre el egoísmo y la irresponsabilidad del otro. Desapareció de las filas socialistas ese hablar convencido, contundente a veces, expresión de seguridad y firmeza y sobre todo, armador de su militancia y de sus votantes. Cuando el lenguaje de la izquierda se vuelve melifluo, lleno de prevención y exculpatorio en todo momento, se empieza a perder la batalla.

La derecha opera en la otra trinchera. En ella, se vuelve desvergonzada, mentirosa, hipócrita, pero plena de contundencia. Su lenguaje y sus argumentos se posicionan más allá de la razón, su cometido no consiste en convencer a la población ni siquiera disminuir el voto del contrario. El sentido de sus iniciativas es la de seguir manteniendo la firmeza de su electorado, su lenguaje se encamina hacia ese fin. Ni la prudencia ni la mesura son aliados en esta labor si lo es, sin embargo, el tremendismo.

La política española tiene una determinada singularidad que ha de estudiarse en profundidad. El elector español en una gran mayoría no es receptivo a las ofertas políticas. En gran medida es un votante cautivo de unas determinadas siglas, lo que orienta su voto no es tanto lo que le prometen o lo que puedan realizar, como la necesidad de que no gobiernen “los otros”. Esta tendencia es mas acusada en la derecha que en la izquierda de ahí, que la sinrazón, la falta de propuestas y la corrupción haga tan poca mella en el electorado de la derecha. Es el temor a que gobierne el adversario/enemigo lo que vehicula su voto

Para muestra un botón. El Partido Popular de Castilla La Mancha aprueba en las cortes de esa comunidad autónoma el estatuto de autonomía, este sale hacia el Congreso de los Diputados con un voto unánime de las dos fuerzas políticas. Su presidenta Lola Cospedal lo defiende con ardor, una vez en Madrid se rechaza tal como venía de la comunidad por presiones del propio partido. Ocurrido esto, no hay ni la más mínima explicación, al contrario, se acusa de modo desvergonzado a los únicos que fueron coherentes en Toledo y en Madrid, los socialistas. ¿Puede llegar a tener un coste electoral este proceder para los populares? Merece la pena estar atentos a la próxima encuesta sobre la intención de voto en esa comunidad.

Cuando decíamos antes el carácter cautivo, en grosso modo, del voto español no ha de significar que necesariamente haya un respaldo sin fisuras a “su” partido, si no que éste a pesar de ser votado también es criticado, y fuertemente, por gran parte de los que le han de votar. Al español le suele embargar una especie de fatalismo en lo que se refiere a la política a lo que habría que sumar una creciente aversión y desconfianza hacia los políticos. Podríamos concluir que la percepción que se tiene de los políticos es la de que es un mal necesario.

¿Qué causa esta impresión? Pienso que en gran parte reside en el deficiente modo de hacer política. No solo la gran política si no la micropolítica, la que va marcando las condiciones de vida y la que le hace tomar decisiones al respecto. Por supuesto que esto afecta mucho más al votante de izquierda que al de derecha. Es también la percepción y el conocimiento de los políticos del entorno lo que le influye de modo notable y provoca en la mayoría de los casos la desafección.

Podríamos decir que en estos últimos años ha caído ese velo de la inocencia que caracterizó a la política de hace dos décadas.

Esa caída nos ofrece más una sospecha que una realidad. La expresión tan extendida del “todos son iguales” en parte del español tiene su raíz y obedece a la impresión de que hay una franja central en la clase política en la que lo de menos es el carnet que se lleve en el bolsillo, de que descontando lo que puedan decir, podrían ser fácilmente intercambiables los unos por los otros, independientemente del partido en el que se encuadren, triste pero cierto.

No solo es cuestión de lo parecida que puedan ser las políticas que los unos y los contrarios puedan llevar a cabo. Ese malestar no obedece tan solo a las acciones, reside también en quiénes la realizan.

Volvemos al inicio. Aquí, en este blog, hemos hablado más de una vez de los clónicos. Es la mediocridad sustentada en el seguidismo ciego, más allá de lo acordado democráticamente, la que genera insensibilidad y cercena la creatividad. Es el espíritu de rebaño y la falta de frescura la que impacta negativamente en la ciudadanía. Es la falta de voces independientes ¿sería posible esto en el seno de los partidos? lo que nos lleva a una monotonía poco saludable para el sistema.

Sin duda hay un trabajo pendiente, necesario, de seguir así las cosas el desencanto, seguirá creciendo y eso, a pesar de lo convencidos que estén tanto unos como lo otros en el adormecimiento que tiene este pueblo, podría aflorar de la peor manera. Experiencias en el exterior las hay. Lo peor que nos podría ocurrir es que esa masa ciudadana buscara su expresión en el que todo se lo da y todo lo promete y hay riesgos, muy acusados, de que esa enfermedad vaya teniendo su hueco en próximos comicios.

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